La tradición anglosajona del obituario es muy amplia y generosa. La de
The New York Times, en Estados Unidos, y la de
The Economist, en el Reino Unido, son las más famosas por buenas razones; el primero, además de la gente famosa, pone en vitrina las vidas de personas comunes y corrientes, porque “toda vida merece ser recordada”; el segundo se distingue por esquivar de lleno el lugar común que exige del obituario una mirada amable sobre el difunto. Ann Wroe y Keith Colquhoun llevaron la sección entre 1994 y al menos 2008, año en que publicaron una selección de los más destacados. Esta primera edición en castellano escogió, a su vez, la mitad de ellos, cien. El libro es un tesoro, primero, por lo bien escrito; los autores cultivan una finísima ironía, mucho humor y un claro punto de vista; los obituarios no son un mero recuento de hechos y con frecuencia ni siquiera buscan destacar lo más importante según los habituales cánones del género, sino los hechos que sirvan para perfilar mejor la personalidad del personaje. En muchos casos son despiadados; en otros, dicen, por ejemplo, que “esta es la temporada de la benevolencia”. Si con frecuencia se recuerdan los comienzos de las obras literarias, en este caso habría que seleccionar los mejores finales. El obituario del gángster estadounidense Joseph Bonnano cierra así: “Tuvo una vida precaria. Se nos parte el corazón”.
La diversidad de personajes convocados habla muy bien de la curiosidad y la preparación de los autores. De acuerdo con la presentación del libro, en el semanario británico la sección conocida como “La morgue”, que aloja los obituarios escritos con antelación a la muerte del personaje, tiene muy pocos y nunca se han usado. Apuestan por “vidas interesantes”, sin importar si fueron ejemplares. Ahí está, por ejemplo, el afilado obituario de Jean Bedel Bokassa, el dictador centroafricano conocido por su crueldad y su extravagancia. Escritores, filósofos, bomberos, criminales, cocineras, periodistas, políticos, músicos, guías de montaña, lingüistas, actores (el de Charlton Heston, por ejemplo, es una pieza brillante) y tantos otros oficios conforman una singularísima mirada sobre el pasado reciente, una especie de obituario del siglo XX, caprichoso como la muerte. Hay juicios lapidarios y también frases magnánimas. Hay burla, pero también piedad. Puede decirse que hay, sobre todo, estilo, pero eso sería empequeñecer un libro tan generoso, tan entretenido y tan bien informado como este.
Ann Wroe y keith Colquhoun.
Laurel Editores, Santiago, 2019.
294 páginas.