No es posible transitar por la vida sin que el dolor y el sufrimiento aparezcan en algún momento en nosotros y en nuestros hijos. Obviamente, la primera e instintiva respuesta es tratar de evitárselo a los niños, pero conectarse con la tristeza es indispensable para aprender a reaccionar con humanidad ante las realidades de los otros. Las emociones no son en sí mismas ni positivas ni negativas, sino que necesitan ser concordantes con los hechos que las provocan. Así, un niño que está triste por la muerte de su mascota hay que dejarlo expresar su pena y encontrar consuelo; llevarlo de paseo o comprarle de inmediato un perro nuevo no sería algo sabio. Es importante no intentar desconectarlo, porque necesita vivir su proceso. Solo así podrá tener empatía con los que sufren y una adecuada conexión consigo mismo.
La desconexión produce en las personas una tendencia a desarrollar personalidades disociadas que pueden ser muy egocéntricas. Cuando los niños están tristes, acójalos, escúchelos y sea empático con lo que sienten; no intente aturdirlos con panoramas y asuma una actitud cariñosa y tranquila. Recuérdele que conversar hace bien, y que consolar y ser consolado son dos caras de una actitud positiva frente a las situaciones que nos ponen tristes.
Hoy a muchos nos produce una profunda tristeza la enorme destrucción de tantas cosas que hacen parte de nuestro patrimonio como país, y también da tristeza por quienes son capaces de un vandalismo que provoca tanto daño, sin detenerse a pensar en cuánto es el sufrimiento que provocan en otros; por ejemplo, cuando incendian un bien público o privado. También nos produce mucha tristeza la lentitud para oír y responder las demandas ciudadanas y la dificultad para llegar a acuerdos.
Solo quien es capaz de conectarse con la tristeza puede comprender el sufrimiento ajeno. No se trata de exponer a los niños innecesariamente a situaciones dolorosas, pero cuando suceden hay que acompañarlos en el proceso de enfrentarlas.
Es bueno que nos escuchen hablar con preocupación y tristeza sobre lo que sucede, que nos vean participar en los procesos de resolución de conflictos, que sean testigos de una ayuda comprometida con las víctimas. Que, más que inculpar, nos vean como personas capaces de mirar el problema desde diferentes puntos de vista.
Es necesario dialogar para que el sufrimiento no nos divida en bandos irreconciliables.