Las últimas cifras económicas han traído una suerte de alivio a quienes apostaban por una caída sin límite. El último Imacec de 1,5% y el desempleo en 7,4% —al alza, pero lejos de los temidos dos dígitos de 2009 y de la crisis asiática— han servido de bálsamo para las peores pesadillas de diciembre, cuando la oscuridad era total. Ciertamente, la economía ha detenido su desplome, lo que es una buena noticia. Después de dos meses en que la actividad perdida fue equivalente a dos terremotos del 27-F, la economía está produciendo lo mismo que en agosto recién pasado. Esto es, cinco meses en el congelador.
Pero concluir que el fin de la caída libre muestra la fortaleza de la economía o que lo sucedido no tiene mayor costo no tiene asidero. Lo verdaderamente crítico es recuperar la velocidad de 2,8% que la economía traía hasta septiembre. Un objetivo bastante modesto, pero a esta altura casi inalcanzable por la violencia y la incertidumbre. Por ello, es clave calibrar el termómetro para medir el impacto de la crisis.
Posiblemente, la tasa de desempleo —de buen aspecto por afuera, pero fea por dentro— es el mejor indicador para ver este desajuste. ¿Qué dice? Los ocupados —algo más de 9 millones de personas— crecieron 2,1% en el trimestre noviembre-enero respecto de igual período en el año anterior. Esta cifra es menor que lo que creció la fuerza de trabajo (2,5%) —lo que explica el alza en el desempleo—, pero muy parecida a lo que ha crecido el empleo total en la última década. Aquí no parece haber novedad.
Pero entre septiembre y enero, antes de la aparición del coronavirus que aqueja al mundo, el empleo formal se contrajo en más de 100 mil personas, mientras que el informal aumentó en 230 mil. Aquí está la madre del cordero. La informalidad y la calle parecen ser el
buffer que mitiga el alza en la tasa de desempleo.
Utilizando los estándares internacionales, la metodología actual considera a una persona ocupada si trabajó por lo menos una hora a la semana y recibió beneficio por ello. Esto puede ser como empleado asalariado, como independiente o con un simple “pololo”. Por eso, la tasa de desempleo es un indicador limitado para tomar la temperatura del mercado laboral y explica por qué, por ejemplo, el desempleo no ha acusado recibo de un crecimiento alicaído desde 2014.
Pero un paseo por el centro de Santiago o la Estación Central, con pistas de la Alameda colapsadas por vendedores ambulantes y transeúntes desesperados, es suficiente para comprobar que esto no es un artificio estadístico. Quizá el desempleo se demore en subir sustantivamente, y quizá no llegue a los dos dígitos. Pero que el ajuste está ocurriendo, está ocurriendo.