La oposición ha dicho que la tarea de imponer el orden público corresponde al Gobierno. Las autoridades responden que los opositores no juegan limpio: piden orden, pero no dejan ordenar. Mientras tanto, la violencia crece.
En estos meses, tanto el Gobierno como la oposición democrática han incurrido en la ilusión de pensar que la violencia disminuirá si se profundiza en las reformas sociales. Aunque ellas puedan ser muy necesarias, la experiencia de este tiempo debiera ser suficiente para desengañarlos, porque el fenómeno de la violencia va por otro lado. Además, parecen confiar en que, por alguna razón misteriosa, los perturbadores de la paz social van a cansarse y finalmente dejarán que los chilenos puedan tomar decisiones constitucionales, educarse o transitar libremente a todas horas por todas las calles.
Lo anterior significa no entender que la violencia es adictiva y que siempre puede crecer. Basta, además, con examinar a sus autores. Para los anarquistas, solo cabe construir un mundo distinto sobre las ruinas de la sociedad actual. Los marxistas, por su parte, piensan que “la violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva”, como se dice en “El capital”. A los anteriores hay que agregar a esos jóvenes que por primera vez en su vida sienten que están haciendo algo distinto, histórico, capaz de dar sentido a sus grises existencias, y también a los que reciben una paga por destruir. Todos tienen en común el ser la cara oscura de la modernización: carencias afectivas, vidas quebradas. Pero está claro que ninguno de ellos tiene razones para cejar en su actividad destructiva.
Además, las personas que están detrás de esos grupos minoritarios han leído toda esa literatura revolucionaria que enseña que los números no importan si se cuenta con una minoría decidida y organizada. No digo que en Chile vayan a conseguir su objetivo, solo muestro que tienen abundantes razones para seguir con su embriaguez destructiva. Su “ahora o nunca” les entrega nuevos bríos para seguir adelante.
Dejado a un lado el oportunismo de algunos, la razón de esta ceguera de las fuerzas democráticas parece sencilla. En Chile no hemos presenciado una acción decidida y oportuna contra la violencia porque en el inconsciente de muchos está la idea de que proceder de esa manera significaría validar los sucesos del 11 de septiembre de 1973. Como de costumbre, estamos pinochetizando nuestros problemas actuales, aunque no nos atrevamos a decirlo.
Ese modo de proceder es una soberana tontería. El orden social no es un descubrimiento de Pinochet. Que cada uno piense lo que quiera sobre el pasado, pero no podemos dejar que los traumas de hace medio siglo nos impidan resolver los problemas actuales. Y uno de ellos es que el Gobierno no es capaz por sí solo de enfrentar la violencia. Si la oposición sigue esperando que la real y creciente agresividad se resuelva por esa vía, nuestro destino está claro: el panorama futuro consistirá en un país en ruinas donde un grupo de locos dirá: —“tienes que actuar tú”, y el otro le contestará: —“tú no me dejas”. Una escena perfecta para una película ambientada en un futuro catastrófico.
Afortunadamente, hay algunos signos de esperanza, porque una parte de la oposición ha despertado. Espero que no sea muy tarde. Esta semana hemos conocido una carta de políticos de la antigua Concertación que pone las cosas en su sitio. Propone un acuerdo político a dos años, que incluye un programa social, pero también apunta al orden público. El documento no solo rechaza la violencia, sino que mueve a “pasar a la ofensiva política”, lo que significa tomar “medidas responsables, eficaces y consensuadas” para detenerla. Es decir, ha aparecido una oposición que entiende que la violencia nos afecta a todos y que, si queremos ofrecer una alternativa ante quienes “justifican la violencia o callan ante ella”, las distintas fuerzas democráticas deben comprometerse en el resguardo del orden público.
Además, los exconcertacionistas ponen una cuota de realismo, porque no habrá ni bienestar ni seguridad social si la economía no crece. Así de simple. Ojalá aquella parte de la derecha que ha olvidado estas verdades elementales escuche las advertencias de estas personas que tienen una amplia experiencia de gobierno.
Aquí no se trata solo del problema de la cesantía, que comienza a ser grave. También están la sequía, un fenómeno que el centralismo de los santiaguinos no se ha tomado en serio, y otras cuestiones relevantes: cómo mejoramos la estructura productiva del país y, ahora que tanto se habla de igualdad, la forma de enfrentar la dolorosa cuestión del “desarrollo desigual entre el centro y las regiones”.
En suma, esta semana no solo renació la Concertación, como dijo Allamand. En estos días ha reaparecido la política. Solo resta saber dos cosas: ¿hará o apoyará esa izquierda propuestas efectivas de orden público?, y ¿se atreverá a aislar a los soportes de la violencia; es decir, al PC y parte del Frente Amplio?