Somos un país centralista, lo que nos hace mirarnos todo el rato el ombligo santiaguino, hasta que el ocio o la fortuna nos lleva a otros lugares. Así, por ejemplo, es cómo se puede llegar a un restaurante en Coyhaique que hace de lo vegetal su bandera de lucha y cocina. Se trata del Basilic bistrot, donde lo francés también se conjuga en más de algún plato, hechos todos con extrema rigurosidad en materia de qué tienen y qué no. De hecho, quien atiende sabe perfectamente dónde hay trazas de gluten y los ingredientes de cada receta, con ese cuidado casi entomológico de quienes comen con la ideología por delante. Por lo mismo, no se vende agua embotellada en el lugar: se la regala, saborizada con pepino.
Se comió bien y se bebió local, con alguna cerveza de la región —la Pilchero— y algo de coctelería con frutos de la zona (porque sanito no quiere decir fomito, ojo). Para ir a los fondos, se pidió un abundante ramen, con caldo de miso ($6.800), aparte de unos ñoquis realmente frescos y maravillosos ($6.000), con la salsa del día: pesto reducido en su intensidad con una bechamel. A la par, un bol de esos que llevan una combinación de vegetales que repletan con gusto (Buda bol, $6.700), con su aliño más al fondo y un frito de legumbres para darle más contundencia. También llegó una ensalada bien armada y concebida, con el aporte que siempre resulta de la combinación entre pera y queso azul ($5.800) y una fondue ($6.700) de dos quesos —se notaba el acento del de cabra, aparte de alguna hierba aromática y el pimentón—, servida en un pan de campo ahuecado. Aparte del momento Instagram de este último plato, la satisfacción fue total (por la felicidad de acceder a esta versión individual de algo que es tan colectivo).
Ya en los postres, el error fue pedir un brownie vegano de poroto ($3.200), porque en más de una década de tentarse con esta pastelería no ovoláctea, el resultado es más bien ligeramente sonriente que feliz. En cambio, lejos, mejor fue una tartaleta vegana de manzana ($2.000), junto a un cheesecake de frutos rojos ($3.000) en formato pastelería más fina que campestre (bonito el pastel, aparte de muy bien hecho) y una crême brûlée de pistacho ($2.800), con su capa de caramelo bien durito.
Ya con un buen café, raya para la suma: el lugar es muy acogedor, la atención despierta, el baño es sin género, los precios harto convenientes —en la zona a veces cobran como si fuera el far west— y las porciones no son para pajaritos. En este bistró se encuentran dos ideologías de la mejor manera: la de cocinar rico y también con buena conciencia.
General Parra 220, Coyhaique. (67) 2272197.