Por esta época, muchos jóvenes deben estar consultando con la almohada respecto a la elección de una carrera. La arquitectura, como todas, requiere calibrar vocación, expectativas y realidad; todo, hasta un cierto punto, porque la vida siempre será más grande que el trabajo. No hay que creer que la arquitectura es solo la que sale en las revistas: cajitas vidriadas en el paisaje o piruetas formalistas en la ciudad. La verdad es que los encargos que dan obras fotogénicas son escasos y los arquitectos, en su mayoría, hacen obras modestas, silenciosas, más funcionales que atractivas. Hay un mito de que servimos a la belleza por sobre todas las cosas, pero en realidad somos más bien cortesanos, y disfrutamos más haciendo feliz a un cliente que doblegándole la vida y la billetera por un capricho de autor.
Y aunque las revistas siguen mostrando el paradigma del arquitecto vestido de negro, cool, macho alfa y genio solitario, lo cierto es que es un trabajo colectivo. Uno cree que tuvo una idea, pero en realidad la completa el equipo y, si no es por el que la va a dibujar y le da la solución constructiva, la idea en realidad no existe. Al final, la autoría se diluye a medida que el proceso creativo crece. Y somos muchas las mujeres aportando en esos equipos. Pocos arquitectos trabajan de forma independiente o tienen los recursos para diseñar y construir sus propios proyectos. En general, hoy se pasan años aprendiendo en una oficina y, a veces, el vuelo en solitario no sucede nunca, y tampoco importa.
Muchas horas de la vida se van en resolver puzles: distribuir bien el programa en una planta, cubicar los materiales de una obra o preparar una propuesta. Los arquitectos trasnochan porque, como el cirujano, no pueden dejar una operación a medio concluir. Por ello, no hay que temerle al trabajo; hay que gustar del orden y la planificación, aunque no se consiga aplicar en la vida propia. Hay que desear el bien de las personas, amar la ciudad, el paisaje, el arte. Hay que pensar el mundo en función de la habitabilidad del espacio. Y hablar un poco raro. El que cada cierto tiempo da vuelta los muebles del dormitorio para probar otra distribución ya tiene algo de vocación de arquitecto en su cabeza. Hoy, existen muchas formas de ejercerla y el campo laboral es mucho más amplio que el de diseñar edificios. Hay arquitectos que los restauran, otros que los decoran, otros que revisan los proyectos de sus colegas, otros que hacen paisajes, otros que ordenan ciudades, otros que piensan materiales y soluciones constructivas. Algunos hacen loteos, calles, muebles o redactan informes. Y otros, como yo, terminan escribiendo, y siguen siendo muy arquitectos.