Llevo como fondo de pantalla de mi celular la reproducción de una conocida pintura de Henri Matisse que estoy seguro usted ha visto, pero que intentaré describir: representa un interior —una habitación— y ese interior se abre al exterior a través de una ventana. Es un clásico.
Según una antigua definición, un cuadro es una ventana, usualmente colgado en una habitación, a través del cual nos asomamos a un mundo más allá de ella. En estas composiciones, el juego consiste en que ese mundo es otra habitación que, a su turno, posee otra ventana (podría ser otro cuadro) que se conecta con un afuera, en el cuadro de Matisse, un prado, unos arbustos, dos árboles en flor, una colina lejana. En la habitación hay una mesa, en la mesa una pecera, en la pecera tres peces rojos. Un gato ha subido a la mesa y con una de sus manos, ya hundida en el agua, trata de capturar a alguno de los peces. La pintura es todo menos inmovilidad. Vemos al gato, mezcla de belleza, gracia y maldad, agitar su patita, vemos la inminencia de la catástrofe, la captura o el derrumbe de todo, la pecera, el agua, los peces y el gato. Todos los elementos están delineados por una firme y delgada línea negra que, no obstante, contiene un tumultuoso y fantástico abanico de colores.
Me tienta pensar que la anécdota del gato es solo un pretexto de Matisse para cantar la alegría del mundo de colores y luz en que estamos sumergidos sin darnos cuenta en nuestra cotidianidad. Eso me recuerda ese famoso discurso de graduación del escritor David Foster Wallace en el Keyton College que comienza con la siguiente fábula: érase dos peces jóvenes que nadaban juntos cuando de repente se toparon con un pez viejo, que les saludó y les dijo: “Buenos días, muchachos. ¿Cómo está el agua?”. Los dos peces jóvenes siguieron nadando un rato hasta que eventualmente uno de ellos miró al otro y le preguntó: “¿Qué demonios es el agua?”. Después de algunos magníficos vericuetos, el discurso termina así: la real educación, que no tiene nada que ver con la acumulación de conocimientos, y sí con la simple atención, atención a lo que es real y esencial, tan oculto a plena vista a nuestro alrededor, todo el tiempo, que tenemos que estar constantemente recordándonos a nosotros mismos, una y otra vez: esto es agua. Esto es agua. Esto es agua.
Es patente quiénes son los peces y quién es el gato; el tema para meditar es, entonces, qué es el agua.