Los niños no mienten hasta que tienen capacidad de distinguir claramente entre la realidad y la fantasía. Eso ocurre aproximadamente a los cinco años, ya que antes inventan y no tienen conciencia de la importancia que tiene decir la verdad. La mentira adquiere muchas formas y es más frecuente de lo que pensamos. Los niños suelen mentir con frecuencia para ocultar faltas que les acarrearían un castigo. Por eso aquellos padres que son muy castigadores pueden producir como efecto secundario que sus hijos les mientan. Un ejemplo es cuando ocultan las malas notas o las anotaciones negativas para evitar las consecuencias. Otras veces mienten como una manera de mejorar su imagen ante los otros, como cuando un niño exagera y llena de fantasía lo que fueron sus vacaciones para impresionar a sus amigos.
Si bien hay que estar alerta de que un niño se acostumbre a mentir, es muy importante evitar etiquetarlos como mentirosos. Las etiquetas son muy difíciles de sacar y se pueden transformar en una característica que define la identidad.
Es necesario socializar con los niños lo importante que es actuar con la verdad. No es bueno que puedan imaginar que engañar es fácil y es necesario advertirles que el mayor riesgo es que nadie le cree a un mentiroso y que hay mentiras que resultan muy difíciles de perdonar. Especialmente grave son aquellas que afectan la honra de las personas, con las cuales la búsqueda de dañar a otro resulta tan evidente que muchas veces se vuelven un arma de doble filo, porque son fácilmente descubiertas y desprestigian a quien lo hace.
Una manera de enseñar los efectos de la mentira para quien miente, nos lo regala la literatura con sus clásicos cuentos “Pedrito y el lobo” y “Pinocho”. En el primero, al protagonista dejaron de creerle por lo frecuente de sus mentiras de que venía el lobo. Las personas perdieron la fe en lo que él decía, y cuando realmente necesitó ayuda, no la tuvo porque nadie le creyó. En el segundo cuento es Pinocho el entrañable personaje a quien le crecía la nariz cuando mentía. Simboliza una verdad de manera exagerada, porque cuando mentimos se nota en la comunicación no verbal. Ayudar a los niños a decir la verdad necesita ser hecho en una atmósfera cariñosa, en la que no solo se adviertan los costos de intentar engañar, sino que además se señale lo importante que es ser confiable y convertir la verdad en un valor.