Una pataleta es una manifestación de enfado violenta y corta que es producida por una contrariedad. Se le llama también berrinche o rabieta y puede estar acompañada de gritos, chillidos, llantos e incluso golpes a otros o a uno mismo.
Todos fuimos testigos de ese tipo de conductas en el Congreso Nacional chileno esta semana.
El miércoles varios diputados de oposición introdujeron al edificio del Poder Legislativo a manifestantes que querían presionar para que se aprobara una ley de cuotas que asegurara la misma representación de mujeres y hombres en la Convención Constituyente que podría instalarse si en el plebiscito de abril los chilenos deciden redactar una nueva Constitución. Las vociferantes gritaron, chillaron, lloraron, lanzaron golpes, insultos y forcejearon.
Al día siguiente, las pataletas se cambiaron de vereda y se trasladaron al oficialismo. La UDI amenazó con “congelar” relaciones con sus socios de pacto (una especie de “corte de agua”, pero no en el sentido romántico) en represalia por haber votado junto con la oposición una norma sobre paridad, sobre escaños reservados para mapuches y cuotas para independientes en el proceso constituyente.
El viernes estaban todos peleados con todos, a ambos lados del espectro político. Era una verdadera tormenta perfecta… pero en un vaso de agua.
Porque lo cierto es que todos están de acuerdo en que hay que incentivar que la eventual Convención Constituyente sea equilibrada entre hombres y mujeres. Todos estiman que debe haber un espacio reservado para mapuches. Y nadie se opone a que los independientes puedan competir en igualdad de condiciones con los partidos políticos.
Esa es la verdad.
La única diferencia es el mecanismo para lograr ese objetivo. Algunos quieren más cupos, más escaños, más garantías. Otros creen que hay que tener cuidado con vulnerar principios como la igualdad del voto o con cometer injusticias dejando fuera a personas que tienen el merecimiento para ser electos. En fin, cuestiones que se pueden resolver sentándose un par de mañanas a trabajar y a intercambiar fórmulas.
Pero por alguna razón, nuestros políticos prefieren usar la pataleta como método de solución de controversias. Como si quisieran imitar la manera en que “la calle” trata de obtener sus demandas.
El viejo teorema de que el que no llora no mama.
Pero ese es exactamente mi punto. Las pataletas son conductas esperables en niños menores de cuatro o cinco años, dado que su cerebro aún no tiene la madurez suficiente para administrar la frustración que le provoca no poder satisfacer de inmediato sus deseos o necesidades.
Los psicólogos explican que un niño con pataleta está pidiendo a gritos que un adulto sea capaz de mantenerse tranquilo para calmarlo.
Es terrible, pero varios de nuestros representantes han actuado en las últimas semanas como mocosos y se ha echado de menos la presencia de adultos en la crisis. No se ven en los partidos muchos liderazgos claros, maduros, que pongan la calma y muestren un camino.
Les apuesto algo. Los líderes que decidan ser los adultos en esta habitación del pánico en la que estamos serán los que capitalicen y triunfen cuando todo esto haya pasado.
Cuando sea ese momento.