En el siglo XIX, y probablemente desde antes, mientras la literatura propiamente tal se iba apenas desplegando en Chile en un lento ascenso, en el plano de la oralidad —la población era mayoritariamente rural y analfabeta—, por el contrario, el canto a lo humano y a lo divino, la paya y otras formas de poética popular experimentaban un auge extraordinario gracias a una abundante cantidad de cultores anónimos cuyas creaciones circulaban por vastas audiencias campesinas a la sombra del régimen hacendal. Este arte popular campesino, cuando a fines de siglo se empieza a verificar la masiva migración desde los campos, llega a la ciudad y aparecen las primeras versiones escritas en la llamada “lira popular”, y cantores y cantoras ya con nombre y apellido recogen esa tradición y la prolongan con vigor durante las primeras décadas del siglo XX. En los orígenes de este mundo preliterario se sitúa
Taguada, de Andrés Montero, cuya obra está permeada por el amor a la narratividad oral, al oficio vivo de contar historias a un público presente, atento y participante.
El narrador, en el primer capítulo, en un tono biográfico, reconstruye el momento, todavía niño, en que surge el interés por la leyenda del contrapunto —un duelo en versos acompañado de guitarrón— entre dos grandes payadores de principios del siglo XIX: el mulato Taguada y don Javier de la Rosa. El autor nos cuenta cómo a partir de ese temprano encuentro con esta historia legendaria va reencontrándose con ella, nutriendo su interés, hasta que finalmente lleva a cabo un viaje que tiene por propósito verificar si ese duelo poético tuvo efectivamente lugar, quiénes fueron sus protagonistas y cuál fue su verdadero desenlace. La novela es el relato ficticio de ese viaje imposible, un viaje en el tiempo, hasta 1830, a la zona de Tagua Tagua, a un campo dominado por las grandes haciendas y su mundo lleno de luces y sombras. La historia de ese magnífico duelo es bastante conocida e, incluso, existen versiones parciales en verso recogidas por cantores posteriores (véase la cuidadosa publicación de ediciones Tácitas), verdaderas joyas de nuestra poesía que el lector necesariamente debe consultar.
La novela de Montero es una obra literaria en el sentido fuerte del término literario, es decir, un texto construido a través de un trabajo de escritura que incorpora operaciones propias de la literatura contemporánea. En otras palabras, en su forma, en
Taguada yace una paradoja, ya que se trata de una indagación y homenaje acerca de un arte popular oral realizado desde la otra orilla, desde la orilla de la cultura literaria, letrada, urbana y no campesina, y contemporánea. El camino que el autor intenta desandar, desde ese presente literario hacia un pasado legendario oral y preliterario provoca en el lector un cierto desencanto porque, a pesar del esfuerzo y afecto que el autor siente, sin duda, por ese mundo, a fin de cuentas, no logra, más allá de la anécdota, realizar de modo suficiente el tránsito en este viaje a la semilla.
La estructura literaria de
Taguada está a la vista y es compleja. El ritmo en la progresión de la narración es lento y parejo, sin puntos de tensión en los primeros dos tercios del relato, y adquiere potencia solo en el tercio final, cuando el carácter literario se intensifica y el autor ensaya distintos finales, que se superponen y rompen la linealidad de la historia. La polifonía esta lograda a medias, ya que las voces cambian de modo superficial, salvo en casos excepcionales, y, en la mayoría de los casos, Montero replica el recurso del costumbrismo de la primera mitad del siglo XX, tratando de imitar en la ortografía el sonido de la oralidad campesina, el cual finalmente es un estereotipo que disocia al narrador —letrado y urbano— de una voz campesina mostrada como imperfecta y pintoresca. En esto, Montero recupera técnicas empleadas ya por el criollismo costumbrista y, en general, sus recursos literarios más acrecientan la distancia con el mundo representado que allegan al lector al mismo.
Otro aspecto bien marcado de esta novela es la lectura política que hace el autor del célebre contrapunto entre Taguada y Javier de la Rosa. La aproximación narrativa de Montero a este episodio está elaborada desde el prisma de la lucha de clases como conjetura explicativa universal de lo acaecido, lo cual, sin perjuicio de la parte de verdad que ello envuelva, introduce una conjetura legítima pero que actúa desde fuera del mundo cultural al cual el autor quiere arrimarse y arrimarnos en su viaje. Es la mirada de un afuerino.
Taguada, no obstante estos problemas, es un esfuerzo honesto, interesante y consistente. Es un relato en absoluto ingenuo en el cual, por momentos, brilla el talento del autor para simplemente contar historias que merezcan ser recordadas.