Como se preveía, un grupo de menos de cien hinchas, con origen, estrategia y propósitos muy reconocibles, fueron capaces de derribar al fútbol. Demostraron por sobre todo la histórica incapacidad de las fuerzas políticas y policiales para contenerlos, por muy previsible que fuera su accionar. La charada de La Florida también reforzó una idea: los clubes son incapaces de controlar la seguridad de sus espectáculos, por muy reducido que sea el grupo agresor.
La linda foto en los pastos de Quilín perdió todo su valor muy prontamente, y cuando desde la Intendencia reconocieron que “no hay dotación suficiente para resguardar la seguridad del espectáculo”, quedó en claro lo evidente: el núcleo duro de las barras bravas logró su propósito.
Asumida la derrota de todos los actores del sistema, hay que asumir lo obvio y encontrar soluciones. No se puede jugar en lo inmediato no porque “no están dadas las condiciones” (que sí lo están para otras actividades de entretención), sino porque sobre el fútbol pesa una amenaza de un puñado violento que no puede ser controlado. Y no se van demasiadas salidas. Mientras los dueños de clubes se toman su tiempo, bien vale precisarlas.
1.- Esperar, pacientemente, que se “den las condiciones de seguridad en el país”. Lo que resta del torneo se jugaría -con público- en enero o febrero, perdiendo los equipos chilenos la posibilidad de participar en torneos internacionales, y una vez terminadas las seis fechas, se iniciarían los torneos del próximo año. Los planteles podrían perder jugadores, pero en ningún caso sumar nuevas contrataciones.
2.- Jugar ahora a puertas cerradas las seis fechas restantes, encomendando el resguardo de los jugadores y del recinto a los clubes que ejerzan la localía, con la flexibilidad necesaria para cambiar de estadio cuando las circunstancias lo aconsejen, debido a la carencia de resguardo policial. De no darse las condiciones o verse obligado a suspender el pleito, se sancionaría con puntos al equipo infractor. De esta manera el torneo terminaría, con alguna justicia deportiva, antes de fin de año.
3.- Terminar el certamen y mantener las posiciones de clasificación a torneos continentales en primera y de ascenso en la B. No habría descenso en ninguna de las dos divisiones profesionales, que aumentarían a 18 equipos cada una, lo que significaría repartir entre más la torta, pero evitar la injusticia deportiva.
4.- Dar por finalizado el torneo. Católica es campeón, se mantienen las posiciones de clasificación a Sudamérica. Se juegan cuadrangulares en cancha extranjera cercana para dirimir el descenso y el ascenso entre los mejores puntajes de cada serie. El cupo internacional de la Copa Chile se dirime entre la U y la Unión Española en partido único a disputarse en enero. Tras jugarse el preolímpico y la fecha clasificatoria se iniciaría el campeonato 2020 en febrero.
Urgidos por las fechas, las obligaciones económicas, los contratos y las amenazas, a los dirigentes les queda poco margen de acción sin el respaldo de las autoridades del país, agobiadas por sus propias incapacidades. El final de la historia, tan previsible para los que conocemos desde hace tiempo el problema, finalmente llegó.