El concepto de gobernanza hace referencia a la forma en que el poder se implementa en la sociedad como un sistema de transacciones complejo y multidireccional o, dicho de una forma simple, a la capacidad de una sociedad para resolver sus propios asuntos. Llevado al espacio, llamamos gobernanza territorial a la capacidad de articulación que tienen todos los actores involucrados en la toma de decisiones: los poderes gubernamentales en sus distintas escalas, la sociedad civil, la esfera privada, etc. La gobernanza implica, así, planificación, transparencia, accountability, integración, descentralización, equidad, pero, por sobre todo, mucha participación. Una gobernanza sólida se traduce en lo que consideramos “un buen gobierno”, algo así como la resiliencia de la gobernabilidad.
La crisis que estamos viviendo ha puesto de manifiesto, entre otras cosas, una importante brecha entre las necesidades de la gente y las agendas que llevaba la alta esfera de la política. Por el contrario, desde los primeros momentos del estallido, hemos visto el liderazgo en la conducción de muchos alcaldes, especialmente los que administran territorios complejos y vulnerables. La experiencia aprendida en terreno y las necesidades dictadas directamente desde la boca de sus vecinos los ha hecho demostrar mayor conexión y eficiencia para reconstruir la gobernabilidad. El camino consensuado es el que busca superar la crisis con más diálogo comunitario, más participación y, en suma, más democracia.
El apetito ciudadano por los cabildos, charlas y talleres que proliferan por estos días nos grita la oportunidad de robustecer esa gobernanza; de fortalecer esa microestructura de participación cotidiana que hoy subsiste heroica en la voluntad de las organizaciones sociales y las juntas de vecinos. Es el momento de escuchar y fortalecer los gobiernos locales, asignando recursos diferenciados a los municipios que administran más carencias. Y esto no solo para que la agenda de la política se enraíce en las necesidades de los territorios, sino que también porque en la escala local pareciera estar la esperanza perdida: la recuperación de una cultura cívica, la posibilidad de volver a tejer una comunidad empática y reconstruir una polis entre todos.