John Müller
Para "El Mercurio"
El español Pedro Sánchez ha pasado a formar parte del exclusivo club de los políticos cuya audacia no es recompensada por el pueblo. De la misma manera que el expresidente catalán Artur Mas o que la británica Theresa May apostaron su capital político a que precipitando unas elecciones mejorarían su posición parlamentaria, Sánchez ha recibido un serio toque de advertencia perdiendo tres de los 123 diputados que había conquistado en abril pasado.
Las elecciones generales en España no han brindado un escenario más propicio para formar un gobierno estable, como quería Sánchez. Por el contrario, la derecha radical de Vox se ha transformado en el tercer partido del Congreso, la influencia de los nacionalistas se ha mantenido y Podemos, los radicales de izquierda que el líder socialista quería someter en esta vuelta, han aguantado mejor de lo que se pensaba.
Sánchez, que no consiguió acordar con Podemos un “gobierno progresista” en la primera mitad de 2019 cuando ambas fuerzas sumaban 165 diputados, ha anunciado que lo volverá a intentar pese a que ahora solo suman 155 escaños. El líder socialista no podía ocultar anoche su contrariedad con un resultado que le sabe a derrota.
El hecho más destacado es el ascenso de Vox, el partido de Santiago Abascal, al tercer lugar, con 52 escaños. El Partido Popular (PP) y Vox suman 140 escaños, pero están lejos de poder formar gobierno. Ambos se han beneficiado de manera notable con el hundimiento del partido Ciudadanos, que pasó ayer de ser la tercera fuerza política del país con 57 diputados a la sexta, con apenas 10.
La destrucción de Ciudadanos es mérito exclusivo de su líder, Albert Rivera. Este decidió abandonar el diseño original de un partido bisagra, anclado en el centro político y capaz de bascular a izquierda o a derecha con el fin de contribuir a la gobernabilidad del país, y prefirió apostar por desplazar al PP como representante de la centroderecha. Para remarcar esto, se negó a gobernar con Sánchez, con el que sumaba 180 diputados que garantizaban una cómoda mayoría absoluta para un gobierno estable que, además, era el favorito de la Unión Europea.
El PP de Pablo Casado es otro de los vencedores de la noche electoral. Han añadido 22 diputados a su bancada, gracias al retroceso de Ciudadanos. Casado apostó por una línea más moderada, dejó de lado sus obsesiones con Vox, y acertó.
Los nacionalistas, por su parte, mantienen su peso en el Parlamento. Los partidos vascos han incrementado su representación y los catalanes han vuelto a premiar a formaciones extremistas como la Candidatura de Unidad Popular (Cup) con dos escaños y a Junts pel Cat (JxC), que ha añadido un escaño a los siete que ya tenía. En cambio, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), que apuesta por volver a la línea autonomista moderada y postergar el separatismo, ha sido penalizado con la pérdida de dos escaños.
A España se le abren ahora tres alternativas: un pacto de izquierdas formado por siete u ocho partidos que constituiría un auténtico patchwork y que supondría un dolor de cabeza para Sánchez, un acuerdo entre PSOE y PP que puede ir desde una gran coalición a pactos presupuestarios con 205 diputados, o nuevas elecciones en febrero. La multitud socialista que saludó a Sánchez anoche y que hace seis meses le gritó que no pactara con Rivera, ayer le advirtió que no lo haga ahora con Casado. Si Sánchez quería recibir una señal de los electores, esta ha sido que perdió una oportunidad de jugar con mejores cartas.