En noviembre del 2010, cuando Bill Clinton volvió a la pieza de su hotel en Zurich sabiendo que la candidatura de los Estados Unidos a organizar el Mundial del 2022 había fracasado a manos de Qatar, rompió un enorme espejo en su pieza. Dice la historia que llamó de inmediato al Presidente Obama para solicitarle la más amplia, rigurosa y profunda investigación sobre la corrupción en el mundo del fútbol. Obama se comprometió ante su embajador especial a llevar las cosas hasta las últimas consecuencias, contando como aliado a Inglaterra, que a su vez lamentaba la pérdida de la Copa del Mundo del 2018 a manos de los rusos.
La historia, pormenorizada en muchas investigaciones, derivó en el nombramiento de fiscales exclusivos, de una unidad especializada del FBI, de grandes esfuerzos por conseguir pruebas y delatores, para, finalmente, desmoronar toda la maquinaria que la FIFA, poderosas cadenas televisivas y gobiernos ansiosos de cobijar a la gran fiesta del fútbol habían montado. Era, hasta entonces, una verdad evidente, pero inviolable.
Todos fueron cayendo. Gracias al esmero del gobierno estadounidense, de escuchas, chantajes y soplones, del esfuerzo de organismos que antes eran ciegos a la evidencia. En ese engranaje, Sergio Jadue quedó cazado en su desmedida ambición. Prefirió entregarse, convertirse en delator, arrastrar a su familia y salvar el pellejo, asegurándose previamente de salvaguardar los intereses que dejó atrás, en Chile.
Jadue delató a sus pares continentales, pero tendió un manto protector sobre sus socios locales, que, al igual que el FBI, deben haber ofrecido su moneda de cambio. Ahora, cuando ha conseguido una octava prórroga para su sentencia, es evidente que la vida de ocio y lujo que lleva en Miami no es propia de un hombre que espera condena. No está preocupado ni angustiado, y por más tormentosa que sea su vida familiar, su afición a Tinder augura el tejido de nuevas redes de contención. Ahora en el plano amoroso.
El 13 de junio del 2018 el nuevo presidente de la FIFA, Gianni Infantino, ante una asamblea completamente renovada por el escándalo, anunció sonriente que el Mundial del 2026 se jugaría en Estados Unidos, Canadá y México. El único rival de los norteamericanos era Marruecos. A partir de entonces, todo ha sido más lento, más suave, más leve. La urgencia de la venganza jurada por Bill ya no está sobre la mesa, y los tiempos de la Fiscalía, del FBI y de la Corte de Nueva York son menos perentorios. Ya no hay por qué apurarse. Y Sergio, con bermudas, sombrero y habano en mano, lo sabe perfectamente.