Ahí Zaqueo inicia un camino de conversión con consecuencias sociales, como se desprende de sus palabras: “Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más” (Lc. 19, 8). El insigne recaudador de impuestos, se convierte a la caridad, pero no paró ahí: también tuvo sed de mayor justicia.
El derrotero del texto es luminoso. Zaqueo no se contentó con la fundamental caridad –que la hizo generosamente–, porque comprendió que era insuficiente. Por ello quiso ir más lejos comprometiéndose públicamente a que, frente a las injusticias que había cometido, pagaría cuatro veces la defraudación hecha. El camino elegido por este hombre rico, al que Jesús honró con su visita, nos provoca a preguntarnos acerca de cómo vivimos la caridad y la justicia en el hoy de nuestra historia.
San Alberto Hurtado, deja claro algunos criterios que debemos tener al respondernos esta pregunta: “es más fácil ser benévolo que justo, pero benevolencia sin justicia fomentará un profundo resentimiento. Muchas obras de caridad pueden ostentar nuestra sociedad, pero todo ese inmenso esfuerzo de generosidad, muy de alabar, no logra reparar los estragos de la injusticia. La injusticia causa enormemente más males que los que puede reparar la caridad”.
Hoy emergen situaciones sociales apremiantes que nos interpelan y nos piden luces desde el Evangelio. También hemos visto como el complejo adámico –responsabilizar al otro de los problemas personales y sociales– surge con inusitada fuerza entre nosotros. Los diagnósticos nos llevan a encontrar rápidamente culpables, a endosar la responsabilidad de los males de Chile a los políticos, a los empresarios, a la Iglesia, al comercio, a los medios de comunicación social, por nombrar algunos.
Sin desconocer las cuotas de responsabilidad que tienen estos actores sociales –y que todos tenemos–, muchos apuntan con el dedo, pero pocos han demostrado que hacen el ejercicio de Zaqueo: mirar la propia vida, hacer una revisión de la misma, ver dónde se ha sido injusto o falto de caridad, y anunciar qué se quiere cambiar con hechos y no solo con palabras.
En este trance de la historia, marcado por la injusta violencia –donde los más perjudicados son los pobres– y por manifestaciones pacíficas motivadas por diversas demandas de justicia, somos desafiados –todos, sin excepción– a hacer un hondo examen de conciencia social que nos permita dilucidar dónde hemos sido injustos, para reparar lo que corresponda. Tenemos que asumir la tarea de liderar los cambios partiendo por nuestra propia realidad, haciéndonos cargo del “metro cuadrado” de nuestra vida diaria, y mostrando concretamente que la justicia no solo consiste en un elenco de anuncios que esperamos que otros hagan, sino que también implica la respuesta comprometida de aquellos que creemos en Jesucristo y que queremos que la fe profesada tenga un real impacto social.
No podemos soslayar, finalmente, que Zaqueo emprendió su opción por la justicia y la caridad a partir del encuentro con el Señor. No es que haya hecho un curso de doctrina social, ni que se supiera de memoria la catequesis que daban los primeros cristianos; tampoco dejó su oficio de cobrador de impuestos para hacerse justo. Lo gravitante para su conversión fue que encontró a Cristo vivo y eso le permitió no solo ver su fragilidad, sino que también dar el salto hacia una mayor justicia, ‘evangelizando su oficio y desde él'.
Quienes hemos recibido el don de la fe sabemos que, si bien las leyes son imprescindibles y que las estructuras justas son necesarias, si no hay un cambio de corazón, difícilmente habrá cambios sociales sustentables en el tiempo y conducentes a una auténtica justicia.
Apostar por la justicia y concretarla es tarea de todos los ciudadanos. Pero, en esa labor, los cristianos tenemos una alta responsabilidad. Feliz Domingo.
“Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: "Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más". Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”
(Lc. 19, 1-10)