Si bien muchos han opinado y analizado los dramáticos acontecimientos recientes, es imposible abstraerse de ellos. Este podría ser uno de esos momentos históricos en los que, si se opta por un camino incorrecto, no solo no se resolverían los problemas de la ciudadanía, sino que podrían agravarse y hacerse endémicos.
Latinoamérica y Chile se han equivocado muchas veces y por ello, a pesar de sus indudables ventajas materiales y humanas, sigue siendo el continente en que la esperanza nunca se concreta.
En medio de una crisis que golpeó fuertemente a los países de la región, empobreciéndolos abruptamente, Chile fue el único que hizo lo correcto en los 80. De ser uno de los más desaventajados pasó a ser el primero en bienestar. El progreso benefició especialmente a los más necesitados. La mortalidad infantil disminuyó, pues ellos dejaron de sufrir la desgracia de ver morir a sus niños. Esos mismos niños comenzaron a terminar la escuela e ir a la universidad, que antaño era privilegio de muy pocos. La clase media logró acceder a viajes, automóviles y bienes de consumo como nunca antes. De nuevo, los más favorecidos ya lo hacían hace tiempo.
Desgraciadamente, el impulso de progreso se viene moderando hace ya años y el último gobierno de Bachelet terminó por frenarlo hasta el estancamiento. De crecimientos cercanos al 7% a comienzos de los 90, lo posicionó en cifras menores al 2%. Dado el proceso inmigratorio, ello apenas permitió una leve mejoría per cápita.
Los argumentos y soluciones que nos llevaron al estancamiento son los mismos que algunos esgrimen hoy. El crecimiento no importa, llega solo a unos pocos y el fisco con más impuestos y gastos es el único que puede cambiar la situación. Esta receta solo logró que cada vez hubiera menos riqueza nueva. El país entero se perjudicó, e insistir en ello solo lleva a la decadencia.
La receta es paradójica. Si hay algo en que coinciden las personas que han hecho conocer sus múltiples y diversos descontentos, es su desconfianza hacia los políticos y el Gobierno. Sin embargo, los audaces de siempre, entre los cuales no debemos olvidar a quienes precipitaron el caos que gatilló la catarsis colectiva, pretenden salir de esto con más poder, menos libertad para las personas y más ingresos para el fisco que aspiran controlar. Su máxima obsesión es modificar la Constitución, especialmente los aspectos que impiden la tiranía de las mayorías transitorias. Confían en su habilidad para manipular a la opinión pública.
No es adecuado pretender dar soluciones específicas a la enorme variedad de necesidades, deseos y anhelos que se han expresado. Muchos de ellos son, por lo demás, contradictorios y es el sistema político el que debe arbitrar esas incompatibilidades. Sin embargo, sí es posible indicar los principios que debieran guiar las rutas que se escojan, para evitar que en el futuro los problemas sean aún mayores. El origen del subdesarrollo, en particular en Latinoamérica, son las opciones equivocadas. Chile no debe volver a tomarlas.
El relato que se busca imponer sobre lo sucedido ha sido expresado, curiosamente, con más nitidez en el extranjero y dice algo como “el país fue incendiado por una ciudadanía descontenta por las injusticias, desigualdades y con múltiples necesidades y deseos insatisfechos”.
Lo primero que debemos destacar es que el país no lo incendió la ciudadanía descontenta. Lo hizo un grupo organizado, que afectó gravemente el sistema de transportes y los lugares donde la población se abastece de sus necesidades básicas. Es una operación programada, que requiere conocimiento y entrenamiento, y nada les importó el daño en la calidad de vida para muchos chilenos, que se extenderá por mucho tiempo. Por primera vez todo Chile vivió en carne propia lo que hace años vive La Araucanía. Es indispensable evitar que este comportamiento se haga crónico, como sucede en la zona sur. Que el país se deslice paulatinamente en la dirección que la locura ideológica pretende, es un incentivo poderoso para que su insensatez perdure.
No existen razones para tener complejos que impidan usar la inteligencia adecuada y la justicia para castigar a los responsables. Sus compañeros de ruta, los que aprovechan el desorden y el caos para el saqueo y la destrucción, deben tener igual tratamiento. Es responsabilidad de los líderes de opinión del país transmitir a la ciudadanía que tienen el derecho a manifestarse en paz, pero que nada justifica, que por muchos que sean los problemas que los afectan, sean cómplices de la violencia. Desafortunadamente, Chile no es un país suficientemente descentralizado para permitir que la tolerancia respecto a estos hechos tenga límites definidos localmente.
Es un serio problema que quienes ven sus entornos transformados en un campo de batalla no puedan decir nada al respecto.
Sobre la percepción de desigualdad e injusticia, es indispensable que recordemos que se han intentado múltiples soluciones a lo largo de este siglo y el pasado, tanto en Chile como en el mundo. Algunos llevan al gigantismo del Estado o al totalitarismo. No solo se cercenan libertades, sino que se reparte pobreza. Otros intentos menos extremos, como los del país en los últimos años, dañan en forma creciente la capacidad de progresar y terminan perjudicando a todos, especialmente a quienes se pretendía beneficiar.
Sin duda la sociedad chilena tiene múltiples necesidades, deseos y anhelos. Ellos se han expresado en forma colectiva, desordenada y abiertamente en los últimos días. Esto no es novedad, pero la esencia de la naturaleza humana es que solo con esfuerzo y tiempo se logra conseguir lo que se busca. Los jóvenes de hoy, que han disfrutado de oportunidades impensadas para sus antepasados, gracias a lo que el país avanzó, es a quienes les es más difícil aquilatar lo anterior. El Chile en que han vivido no es uno de los tantos que experimenta con algún modelo fruto de mentes iluminadas. Por el contrario, el avance que ha tenido, y que no valoran por desconocer la realidad pasada, es fruto de un intento de dar espacios para que cada chileno, en base a sus esfuerzos y con el acuerdo voluntario de otros, se forje su futuro.
De ser un modelo, es uno que se inventa diariamente con nuevas ideas, organizaciones y mejores maneras de satisfacer las necesidades actuales y futuras.
Si hacemos un catastro de lo que la gran mayoría ha expresado como demandas, se pueden clasificar en dos grupos. Los que solicitan más ingresos, como pensiones, y los que solicitan que sus gastos se reduzcan, como menores tarifas. Ambos solo se logran con progreso. Si en vez de deteriorar nuestra capacidad de avanzar hubiéramos mantenido el dinamismo en un 5% promedio del año 2000 a la fecha, el país sería un 33% más rico en términos per cápita. Los ingresos de todos serían mayores en esa magnitud y los gastos, más abordables.
Si hay algo similar entre lo que vive Chile y los chalecos amarillos de Francia o los indignados de España, es que se trata de países, relativamente avanzados, que disminuyeron su tendencia de crecimiento. Las expectativas quedaron incumplidas y muchos se endeudaron para seguir avanzando. Para ellos el problema es doble.
Así como prevenir y castigar la violencia debe ser una guía, también lo es cuidar que cada decisión no deteriore la capacidad de progresar, sino que, por el contrario, la potencie. Por el camino que vamos seremos afortunados si crecemos más de 2% al año. De ahí a que sea incontenible caer en la tentación de la deuda y los desequilibrios, hay un solo paso.
Si ese paso se da, la condena a la desilusión permanente –el síndrome latinoamericano– será otra vez una realidad.
Especial cuidado merecen las propuestas que afecten a los emprendedores. A veces ni ellos mismos parecen comprender el rol clave que juegan y se dejan llevar por un sentimiento de culpa que no corresponde. Excepto los sectores en que el Estado es omnipresente, sea participando o sobrerregulando, los emprendedores y trabajadores han creado miles de opciones nuevas y a menor precio para servicios y productos cada vez más variados y mejores. Esa es la esencia del progreso. Recordemos que impuestos o trabas a este motor solo crearán menos avance. Desafortunadamente, todo lo que hoy se discute va en esa dirección. Más de alguna vez se ha dicho que por esa vía se compra paz social. Pero lo que el país ha visto es que por ese camino se llega al estancamiento. Con él, la paz social desaparece.
La realidad impone decisiones difíciles. No se puede pretender que todas ellas sean las más adecuadas. Pero si Chile quiere avanzar y satisfacer las necesidades y anhelos de muchos, no hay espacio para equivocarse demasiado.