A la selección se le perdió algo y no fue solamente la unidad. En medio del esfuerzo desplegado para recomponer el jarrón roto tras la dolorosa eliminación del Mundial de Rusia, a la Roja de Reinaldo Rueda se le debe exigir una expresión futbolística superior a la ofrecida en el escabrosamente deslucido empate ante Colombia.
Porque, objetivamente, no sacamos nada con provocar la reunificación y celebrar que vuelvan a ser una familia si nos damos cuenta, majaderamente, que es un equipo más divorciado dentro que fuera del terreno. Claudio Bravo ataja como en sus mejores tiempos y Arturo Vidal se despliega como en sus años de gloria, pero eso, que aportaba a un colectivo, hoy es solo un consuelo.
Rueda —en la excelencia de su trabajo anterior en clubes y selecciones— debe haber captado que la tarea de encontrar una dupla de centrales está cumplida. Defensivamente volvió a la línea de tres usada en otras ocasiones (EE.UU. en Houston y Uruguay en Copa América) para soltar a los laterales, sin considerar que el fuerte de Parot jamás ha sido el desborde y que Isla necesita de Charles Aránguiz para explotar cabalmente sus apariciones por la derecha. Y como Pinares otra vez quedó en el híbrido del esquema, toda la tarea de creación recayó en el voluntarismo de Vidal. Y ya hemos aprendido suficientes veces que con eso no basta.
Pocas horas después del empate más desabrido de los últimos tiempos, la mejor pareja de extremos del fútbol chileno salió a hacer su tarea en San Carlos. Por alguna razón (lesiones, presión del club, necesidad de observar nombres nuevos) Fuenzalida y Puch han quedado fuera de este proceso sin una explicación rotunda del entrenador, que se ha esmerado en buscar y escarbar en otras latitudes y otras realidades, sin mayor éxito.
Pero ya basta de culpar a Junior y a Sagal, a Rubio y a Valdés, a Meneses y Orellana. Lo que falla en esta táctica es una estructura del mediocampo que provoque sorpresa, que alimente a los delanteros, que busque soluciones imprevistas y que no dependa de los laterales, porque esa vía ya no resultó, y es improbable que funcione, incluso con la experiencia de los aleros de la UC.
El discurso final de Rueda es de resignación ante el material ausente y el desgaste de las piezas, pero aún esas válidas razones no justifican un funcionamiento tan lento, predecible y estéril como el que hemos visto después de Copa América. Preocupados como estamos de los liderazgos, nos hemos olvidado de lo fundamental: el funcionamiento. Y como para eso tampoco hay respuestas adecuadas, la Roja se hunde en la desesperanza.
Es verdad, no somos los de antes. Pero asumámoslo, con lo que nos queda no podemos jugar tan mal.