Las celebraciones del 18, Fiestas Patrias, se extienden cada día más, hasta copar mentalmente todo septiembre. Además, es y será un mes controvertido. ¿Significa la existencia de un país patriota? Porque el fenómeno admite comparación con Semana Santa: en lo formal, apenas un viernes; en lo sustancial, han pasado a ser casi las “vacaciones de Semana Santa”. Desde hace un siglo se habla del otoño del patriotismo, de que Chile deja de ser Chile, estrechamente relacionado con la noción y experiencia de chilenidad. Si uno observa el pasaje abrumadoramente urbano del Chile actual, poco hallará de algo que relacione con la expresión más íntima del ser chileno.
Esto, a contrapelo de una tendencia de las últimas décadas a revivir algunos de sus elementos que consideramos esenciales: el que la juventud vuelva a bailar cueca; que asados y fondas se expandan en un nivel inimaginable en el país de hace medio siglo; la ubicuidad de la bandera; más vestimentas de huasos de adultos y sobre todo de escolares, rito desconocido en otra época; todo ello a veces acompañado del mundo indígena, “araucano”. En música chilena, no demasiado, más lo que se escucha en las calles que en la radio. Esto no significa necesariamente una resurrección del Chile tradicional, pero sí que él ocupa un lugar en la memoria, puesto que parecía desplazarse hasta disolverse en un magma moderno. No es que este no se haga sentir. Todo lo contrario, avanza con furia y arrogancia en la sociedad de los derechos inmediatos en la que vivimos.
¿Por qué se retiene la presencia de ese resto insustituible de chilenidad, de lo que hay analogía en gran parte de las sociedades humanas? Porque al ser humano le es inherente la nostalgia por esa combinación de naturaleza física y vegetal que es cuna original, suerte de líquido amniótico que no abandona a la sociedad humana al ser esta alumbrada, sino que se conserva como primera piedra. No solo porque el Chile germinal radicó sobre todo en el valle central, sino porque nuestro país, como tantísimos a lo largo del planeta, surge de una experiencia agraria, diríamos campesina. Sus figuras —incluyendo bebidas y comidas— impregnan el recuerdo y parece que nos acompañarán para siempre. No es pura invención que se le considere el corazón de la chilenidad, a pesar de que está acompañada por experiencias de intensidad atronadora, en número muy superior, en los siglos republicanos, y que desde hace más de 80 años la mayoría de la población es urbana, hoy un 90%.
Es bueno que además cultivemos como rito algo de esa fuente originaria. No es lo mismo que prevenir la crisis medioambiental que experimentamos, pero es coherente con parte del espíritu que nos puede salvar de ella.