La vivencia del paso del tiempo es definitivamente muy subjetiva. Los momentos difíciles o dolorosos se hacen eternos, en tanto que los buenos momentos pasan muy rápido. De esta percepción se toma conciencia desde la infancia, especialmente en situaciones en que los niños están bajo la tutela de figuras maltratadoras o autoritarias que los someten a largos retos.
En su libro autobiográfico “La isla de la infancia“, Karl Ove Knausgard comenta la relación con su padre, al que le tenía mucho miedo por lo autoritario y abusivo: “El tiempo nunca corre tan deprisa como en la infancia, una hora nunca es tan corta como entonces. Todo está abierto, vas corriendo de un sitio a otro, en un momento haces una cosa, al siguiente otra, y de repente se ha puesto el sol y te encuentras en la penumbra, con el tiempo como una barrera bajada de repente delante de ti: ay, ay, ¿ya son las nueve? Pero el tiempo nunca transcurre tan despacio como en la infancia, y tampoco una hora es jamás tan larga como entonces. Si desaparece lo abierto, desaparece la posibilidad de correr de un lado para otro; ya es en los pensamientos o en la realidad física que cada minuto se convierte en una barrera, el tiempo es una habitación en la que estás atrapado”.
Por ello la disciplina con los niños debe ser formativa y no estar marcada por el miedo y las amenazas, que hacen que esos malos momentos queden grabados como fuertes episodios.
El padre de Joaquín, quien en su trabajo estaba acostumbrado a mandar con una voz muy fuerte, aunque era una buena persona, se mostraba muy intransigente con el desorden y sus retos eran muy largos. El niño lloraba apenas comenzaba el sermón de su papá.
Cuando llamaron del colegio por la sobrerreacción de ansiedad de Joaquín ante la menor llamada de atención, el padre se dio cuenta de lo nociva de su forma de ejercer la disciplina y pidió ayuda.
Es importante autorregularse y conservar la calma. Tomarse algunos minutos para ver cómo deben enfrentarse las situaciones complejas con el niño, de manera que sean educativas y no se transformen en una catarsis de los miedos y rabias acumuladas de los adultos.
Hay que poner límites, pero que sean claros y breves. Recuerde que los malos momentos se hacen muy largos… no los alargue innecesariamente.