Pablo Varas (Ancud, 1953) es un profesor de historia y geografía que escribe regularmente en varios medios de comunicación alternativa y que además ha editado desde fines de los años ochenta varios libros de poesía y de cuentos. Sin embargo, a pesar de su familiaridad con la escritura creativa, recién el año pasado se ha decidido a publicar su primera novela:
La pensión de la señora Laurita.
El espacio de pensiones o residenciales no es ajeno a la narrativa chilena y en particular a la novela de tendencia social, unido con frecuencia al motivo del provinciano en Santiago (criollización del motivo occidental del extraño entre los hombres). El conflicto básico de la novela de Pablo Varas se desarrolla precisamente a partir de la llegada a Santiago de Florentino Ballesteros, un peón sureño de errabundo pasado, y de su alojamiento en la pensión de la señora Laurita, ubicada en el barrio Estación Central. Según declara ladinamente Florentino al comenzar el relato, “sería mi casa por un buen tiempo, si la tentación o algún otro hecho no me tocaba de nuevo en el hombro”. El resto de los personajes de esta novela pertenecen, al igual que Florentino, al nivel más desprotegido de la sociedad chilena de fines del siglo XX. Según uno de ellos, son los que Dios olvida cuando nacen o que, según la opinión de otro, nacen para estar siempre en el equipo de los derrotados. En la segunda parte de la historia hay reminiscencias del gobierno de Salvador Allende o de las sangrientas represalias que ocurrieron durante los primeros años de la dictadura militar, pero es obvio que el propósito de este relato no es ni la denuncia social característica de la novela proletaria ni la conservación de la memoria histórica frecuente en la novela actual.
El argumento de
La pensión de la señora Laurita es un melodrama arrabalero y estereotipado que tiene lugar en los barrios bajos de Santiago. Los actores son exclusivamente rameras orgullosas de su oficio y generosas con su sexo junto a gañanes analfabetos y amigos leales que trabajan esforzadamente para gastar su dinero en curaderas y prostitutas. Aunque a veces se manifiestan conscientes del desequilibrio social que los hiere, su horizonte vital es únicamente la satisfacción de sus apetitos primarios: comer, emborracharse y fornicar con cuanta hembra se les cruza en el camino. A los pocos días de llegar a la capital, Florentino encuentra a un amigo que lo ayuda a sobrevivir trabajando como cargador de camiones en la Vega Central; después establece una ardiente relación sentimental con la dueña de la pensión, que se complicará con la aparición de dos tentaciones que Florentino, dada su condición de macho, no puede vencer: Estelita y Lissette. Como a todo viajero mítico, una le oculta la maldad y la otra le ofrece salvación. Los acontecimientos avanzan rápidamente hacia el desenlace que exige un relato de forma melodramática: un error trágico provoca un hecho de sangre que decidirá el futuro de los principales personajes de la historia.
Florentino es el narrador de sus propias peripecias. Y en cuanto tal se revela excelentemente dotado: desarrolla la historia de una manera ágil y dinámica; enriquece sus experiencias personales permitiendo que otros personajes relaten directamente las suyas y, pese a ser un oscuro jornalero sin mucha educación, sorprende al lector porque comparte con las rameras y gañanes que lo rodean el dominio de un fluido vocabulario que les permite desarrollar a veces largas y sesudas reflexiones o dejar caer metáforas y símiles afines a la naturaleza percanta del mundo en que se desenvuelven.
La pensión de la señora Laurita es, pues, literatura en su concepto más estricto: imaginación pura. Sus personajes no tienen nada que ver con las figuras de la vida real representadas en la novela proletaria. Es una historia de machos y hembras que solo existen en esta novela. Nacen con la lectura y mueren con ella, dejando un agradable recuerdo en la memoria del lector.