¡Cómo se potencia la producción entera de Carlos Altamirano, a través de esta retrospectiva que unificándola en una obra única, omite nombres, períodos, fechas, pasado y presente! Así, cada trabajo emerge lozano, personal, evidenciando un manejo maestro de los tan variados procedimientos y materiales utilizados. Estos últimos consiguen convertirse en un mestizaje físico admirable de objetos de desecho, concreto, tierra, fotografía, grabado, espejos fragmentados, pintura, suciedad, marcos convencionales. Arte povera, pop art impregnados de expresionismo nutren, pues, la fundamental visión conceptual del autor. A primera vista una propuesta enigmática, en último término, al observar con atención el espectador termina por descifrarla.
Dentro de la nutrida síntesis que nos ofrece el Museo Nacional de Bellas Artes, desde una mirada totalizadora valga destacar las realizaciones que parecen más sobresalientes. Comencemos por un aporte flamante del expositor, la instalación que ocupa armoniosamente, por entero, las vastas dimensiones de la Sala Matta. Desde luego, con rigor geométrico se halla dispuesto cada uno de sus componentes. Así, sobre el piso, más de mil tímidos ramitos de flores se esfuerzan por sobrevivir, encerrados por simples, férreos vegetales construidos con alambre de púas y dentro de saquitos de plástico negro. Forman ocho escuadras de planta rectangular. En los muros, entretanto, vemos 40 unidades, donde se alternan otros tantos textos manuscritos, con aspecto de pizarra y tiza, que recogen relatos de detención y desaparecimiento; espejos, murallas horadadas del recinto y sus escombros respectivos; traspasos fotográficos que muestran despreocupados transeúntes en medio de las excavaciones de una época en Santiago. Constituyen estos distintos ingredientes una dinámica, una perfectamente equilibrada unidad visual.
En cuanto a las salas sur del Bellas Artes, recibe allí al visitante un gran cuadro, capaz de demostrar la condición de pintor de Altamirano. Representa una bien surtida mesa, devorada por aves voraces. Ese trastoque de lo normal da la clave íntima de una individualidad que no resulta indiferente a nadie. Sin embargo, un reducido grupo de hermosos trabajos con fuerte sentido gráfico pronto acapara la atención. Los cruces de calles constituyen su temática. Conjugan, encima de un soporte de latón brillante —uno aparece desgarrado—, negras siluetas de huidizos caminantes, definidos mediante una mancha compacta de esmalte, se pierden más allá del marco y un protagónico, escoltados por un insinuante espejo quebrado. Y se logra dotarlos de sentido trágico. Otra ejecución deja ver una imagen callejera en doble versión fotográfica: negativo y el positivo circundado por un trazo rojo. O esa ciudad nuestra en obras, clausurada por manchones brutales de concreto granulosos encima de una cruda rejilla. Asimismo, tenemos una vista también capitalina, pero de noche. Simbólicamente, su anegamiento creciente una especie de alquitrán, el cual, no obstante, contrasta con una flotante y colorida Plaza Baquedano. Añadamos la doble foto de la escalera de una estación de metro junto a la vibrante mancha roja, ambas cubiertas por el vidrio trizado y con un cuchillo hiriente como culpable desvergonzado.
Una realización de comprensión más inmediata resulta la larguísima banda que desarrolla un estampado en blanco y negro, protagonizado por el Presidente Allende saludando, cinco insalubres perros vagos y la doble efigie de un marcial soldado. La asociación con la realidad de entonces se torna muy directa. A la inversa, el par de fotografías con color, intervenidas con esperma o un agotado tubo de pintura, muestra una escena sórdida de W.C. Su expresividad enigmática resulta, sin duda, de un vigor insinuante. Por su parte, se hace admirar un efecto visual muy atractivo, el del extenso espejo con sus tiras de telas pintadas, debajo del par de desnudos colgantes. En cambio, entre las obras del artista más conocidas por el público recordemos las 20 estaciones con color que integran el registro de una acción de arte: Versión residual de la historia de la pintura chilena, desde la cual se desprende la pregunta clásica: “¿Existe una pintura chilena?”.
O sí o no
Revelador asomo a la obra integral de Carlos Altamirano
Lugar: Museo Nacional de Bellas Artes
Fecha: hasta el 22 de septiembre