A veces se puede narrar más con el cuerpo que con la palabra. En especial, cuando lo que se narra es un trauma, un dolor. Esta es la propuesta de “Telúrica, anatomía de la memoria”, dirigida por la destacada coreógrafa Ana Barros e interpretada por la compañía Atomicadanza, logrando un montaje conmovedor que oscila entre la danza y el teatro físico para reflexionar sobre la resiliencia y la memoria colectiva de los cuerpos y las almas que sufrieron violencia durante la dictadura militar.
La obra se construye a partir de relatos biográficos de los propios bailarines, recuerdos de infancia, juegos de niños y testimonios grabados de mujeres ex presas políticas que siguen reuniéndose para dar cuenta del impacto de esa experiencia en sus vidas. Lo interesante es que los testimonios son susurrados o cantados y se intercalan con el vaivén del cuerpo de cinco bailarines, cuatro mujeres y un hombre (Valentina Pavez Pizarro, Macarena Arrigorriaga, Gabriela Neira, Álvaro Pizarro). Es significativo que sean mayormente cuerpos femeninos pues la violencia militar se ensañó especial, y distintamente, contra el cuerpo de las mujeres por medio de vejaciones sexuales o por la vía de amenazar, a las que eran madres, sobre la integridad de sus hijos. Esto se ilustra cuando se dice: “Estoy en un rincón amarrada, tiritando encogida golpes-preguntas, corriente-preguntas, manoseos-preguntas, quemaduras-preguntas…”.
En el escenario sorprenden los cinco cuerpos virtuosos que con técnica, talento y sobriedad nos hacen recorrer el arco de la tortura, la prisión, y luego la etapa de la rehabilitación y la reestructuración psíquica y emocional. Hay varias escenas en las que cuesta contener el aire. Por ejemplo, cuando se recrea el recibimiento amoroso de un grupo de mujeres a una compañera que viene de la sala de torturas. La acogen, la curan, la animan y la aconsejan para las futuras sesiones mientras escuchamos un testimonio en voz en off. O bien, cuando Ana Barros es la mujer que está siendo electrocutada y vomita clavos que arroja a un acuario mientras repite un mantra. O, más adelante, está la experiencia de la maternidad y el parto y el cuidado de los hijos como esperanza y reparación en la vida. Los espectadores nos sentimos incómodos y turbados frente a estas lecciones de solidaridad y entereza en medio del horror.
Por otra parte, los cuerpos de los bailarines interactúan con telas, máscaras, imágenes proyectadas en el fondo convirtiéndose en instalaciones que nos recuerdan el trabajo de Ana Barros con los artistas plásticos Ciro Beltrán y Mauricio Garrido y con la coreógrafa Isabel Croxatto. Y, por supuesto, se trasmite el oficio de esta destacada coreógrafa, bailarina y actriz, que cuenta con estadías en Alemania y presencia en festivales internacionales.
La compañía Atomicadanza viene haciendo montajes sutiles y desgarradores, entre los que destaca Bipolares, y ahora instalan la siguiente interrogante: “Nos preguntamos cómo las distintas violencias modelan nuestros cuerpos y cómo el bailarín se encuentra con aquello cada vez que baila, transmutando el dolor, buscando la belleza, expandiendo sus propios límites: ¿cómo baila mi cuerpo a pesar de todo?, ¿cómo resistieron esas mujeres?, ¿cómo resistir la danza hoy? Esta cuestión la despliegan con maestría.
Otra idea que circula por la obra tiene ver con arte del kintsugi, la técnica que usan los japoneses para reparar objetos rotos pintando las grietas con oro, bajo la premisa de que un objeto que ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso. Esta premisa circula por estos cuerpos y voces que tejen, en comunidad, los hilos dorados de la resiliencia, de aquella fuerza interna que salva, transforma y procesa la realidad en situaciones límites. Lo dicen así: “Mirar nuestras cicatrices y cubrirlas con polvo/ ¿si usted fuera una danza, qué danza sería?”.
Danzar cuando la palabra se ha vuelto insuficiente para dar cuenta de la experiencia, logrando que el cuerpo de los bailarines sea el lugar de exposición del recuerdo no-deseado. Acceder con el cuerpo y sus síntomas a niveles oníricos, pesadillescos, a través de la reiteración de situaciones límites. Así se comprende el ejercicio de los intérpretes cuando exacerban la respiración, la postura, el movimiento, el congelamiento. Se establece una relación dialéctica entre lenguaje y las “partes” del cuerpo como un discurso, y la piel, como la superficie de ese “texto” sin palabras. Esto lleva a fragmentar y repetir frases, a escuchar respiraciones entrecortadas como metáfora del agobio y la meditación, y encuentran su reverberación sonora y semántica, y luego, la sublimación con la belleza de la composición.
Desde una perspectiva íntima y política, los intérpretes construyen una danza donde se cruzan los testimonios autobiográficos de las víctimas, por medio de audios, y de sus hijos que en conjunto indagan en la herencia del cuerpo como la frontera de lo decible y de lo indecible, portando la violencia pero también recodificándola. Y, al mismo tiempo, apuestan a algo crucial en estos procesos y crítico en esta época histórica: el poder de la comunidad. El poder de la comunidad, por medio de cuerpos que se chocan y tocan; de contención, de sueños, de reparación.
Esta magistral obra nos propone un recorrido íntimo a un hecho histórico, como fue la violación a los derechos humanos en la reciente dictadura. Alguien podría decir que es otra obra más “sobre la dictadura”, de la que seguirá escribiendo, pero acá estamos frente a un proyecto personalísimo que se aventura con un tono sutil y poético para explorar en el cuerpo como una caja de resonancia. Y lo hace con cinco artistas, de primer nivel, que con su cuerpo íntegro instalan una reflexión entre lo individual, en tanto biografía e inconsciente; y lo colectivo, en tanto historia y memoria de una nación.
Nos sorprende con la capacidad transmutación del dolor en experiencias de conciliación y esperanza junto a la capacidad sublimante del arte, por ejemplo, cuando se dice: “Ahora estás con nosotras... y eso fue para mí el cielo. ¡Cómo se me iluminó la pieza, esa de Velázquez! Y pasó a ser esa de Sorolla. Así como llena de luz y entonces vinieron”. Y es eso, Telúrica nos hace recorrer, como los genios pictóricos españoles mencionados, el cuarto del oscurantismo hacia la escena inundada de luz.
COORDENADAS
En Teatro Finis Terrae hasta el 18 de agosto.