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Editorial
Miércoles 07 de agosto de 2019
Violencia en las universidades
Es paradójico que la violencia se apodere del debate en instancias donde se esperaría que imperaran el análisis y la discusión libre.
Los casos de violencia en instituciones educacionales han sorprendido e impresionado al país, pues parece inesperado que jóvenes estudiantes caigan en brutales arrebatos a la menor discrepancia. Pero si en algunos establecimientos escolares se han ido imponiendo como un modo de mala convivencia, ahora, debido a episodios de alta relevancia pública por la identidad de las víctimas afectadas, el país está tomando conciencia de que en las universidades también existen encapuchados, bombas molotov, golpes y violencia desatada por razones nimias.
Hace pocos días se registró un episodio crítico cuando una alumna fue identificada como militante de la Centro Derecha Universitaria por un grupo de encapuchados, los que suelen pasearse por algunos campus impunemente. Entonces, sin mediar provocación, la atacaron violentamente, lo que se agudizó cuando ella intentó filmarlos. Algo similar parece haber ocurrido en el caso del hijo de la diputada PPD Cristina Girardi, a quien habrían confundido con una persona que filmaba a los encapuchados y lo atacaron con inusitada violencia. Como resultado, el joven quedó herido grave, con dos fracturas y traumatismo encefalocraneano.
Estos hechos han puesto en evidencia lo que ocurre en el campus Juan Gómez Millas de la Universidad de Chile. La estudiante atacada fue invitada a la comisión de Educación de la Cámara de Diputados, que luego invitó al rector Ennio Vivaldi a exponer las medidas que está adoptando la principal universidad del país para hacer frente a los grupos violentos. Antes de que el rector llegara al Congreso, se produjo el segundo episodio, que afectó al hijo de una de las diputadas integrantes de la comisión, lo que ha hecho posible que el país entero abra los ojos a la violencia en las universidades.
Es paradójico que la Universidad de Chile, que imparte un diplomado sobre la violencia política en América Latina y que reúne a algunos de los más destacados intelectuales del país, sea el escenario donde se han registrado los últimos hechos: un plantel universitario donde deben reunirse los espíritus más selectos y desapasionados, que son capaces de mantener sus habilidades analíticas aun en tiempos de discordia para discutir cualquier aspecto de la realidad, termina por proporcionar la mejor evidencia de que la violencia se está apoderando del debate solo para clausurarlo.
Más inquietante aún ha de ser para el país comprobar que esta clase de impulsos frenéticos representa una tendencia que parece extenderse en la sociedad. Ha habido estudiantes de colegio que han reaccionado con violencia en contra de sus profesores y de sus asistentes; personas que responden violentamente a los servidores públicos de distintos servicios, y médicos que han sido atacados con furia por sus pacientes y sus familiares. Se ha visto a carabineros, encargados de velar por el orden público, huyendo de quienes los agreden. Cada uno de esos hechos puede tener explicaciones diferentes. Cabe distinguir la violencia promovida inescrupulosamente como herramienta política de aquellos otros actos que parecen corresponder a una incapacidad de contener impulsos básicos, lo que sea tal vez atizado por una cierta forma de entender lo que se estima son los propios derechos, suponiendo que estos pueden ser siempre exigibles y a cualquier precio.
En cualquier caso, las nuevas generaciones están creciendo en el ambiente resultante de aquello, imponiéndose de las conductas de los adultos, pero sin que se manifiesten claramente muchas de las autoridades ni los líderes sociales. Algunos, a veces, más bien dejan la impresión de comprender perfectamente las reacciones violentas de los jóvenes, nada de lo cual contribuye a afirmar una visión pacífica para resolver las diferencias. Parece haber llegado el tiempo de una reflexión profunda sobre esta peligrosa trayectoria social, para lo cual es necesario que los líderes nacionales tomen resueltamente las banderas del diálogo y la concordia.