Universidad de Chile está tratando de morderse la cola para parecer que está unida, pero en realidad está dando vueltas en círculo sin siquiera rozar el curioso objetivo.
Eso se llama desesperación y también falta de lucidez, que son los conceptos que bien le caben a esta U de la desesperanza y que tiene a seguidores y adversarios hablando de posibles caídas al infierno futbolístico.
Es cierto que en las últimas fechas del torneo antes del receso, y también en los duelos de la Copa Chile, parecía que Alfredo Arias por fin le estaba encontrando la vuelta al equipo. Claro, el DT uruguayo para nada emulaba su trabajo de hace un par de años en Santiago Wanderers donde se dio el lujo de imponer ciertos conceptos (como el juego de posición que tan bien mostraba ese equipo porteño), pero la escuadra azul al menos estaba dando muestras de que había encontrado cierta hebra para seguir un camino más o menos regular. Arias había empoderado a ciertos jugadores para convertirlos en la base del funcionamiento colectivo, lo que constituía una buena noticia en medio de tanta confusión. Así, Fernando de Paul agarró camiseta de titular en el arco dejando relegado a Johnny Herrera (en una determinación no solo técnica como es por todos sabido), Matías Rodríguez asumió el liderazgo del equipo (lo que, sin duda, lo obligó a ser más responsable tácticamente), Gonzalo Espinoza se hizo dueño de un puesto donde la U no había podido consolidar a sus refuerzos (Jimmy Martínez y Pablo Parra), Nicolás Oroz al fin presentó ciertas trazas de volante-conductor (un par de pases lo reivindicaron) y el experimentado Sebastián Ubilla retomó el mejor nivel que alguna vez mostró en su carrera (sin lesionarse, lo que no deja de ser para él un elemento destacado).
Pero si bien todo ello a ratos denunció que la U estaba dejando atrás todos los fantasmas, nunca logró consolidar un peso contundente en lo colectivo que dejase atrás lo que ha sido su karma durante la presente temporada: el profundo miedo a cometer errores que terminasen por restarle puntos que parecían seguros.
La U, la que va entrar en la segunda parte del torneo con la obligación de reivindicaciones, será una U que seguramente seguirá por la misma ruta.
Universidad de Chile, y no es ninguna novedad decirlo, no tiene un patrón de juego, un fondo futbolístico (ni hablar de un sello) que le permita exponer algo más que patriadas individualistas.
Arias ya no puede ser considerado un director de orquesta. Lo que se le pide es que al menos sepa administrar los egos y enfocar las determinaciones individuales para evitar así la entropía y el caos que suelen producirse ante la falta de una orientación robusta.
Puede, porque todo puede ser, que esto le baste y hasta le sobre a la U para arrancar del infierno e el que está sumido hoy.
Que dando vueltas en círculo logre alcanzar el reacomodo y encuentre la salida requerida en el oscuro túnel en el que está.
Pero convengamos que eso es bien poquito. Lo mínimo, en verdad.