Colo Colo ha anunciado un plan de modernización y ampliación para el estadio Monumental, sumándose a la Universidad Católica, que también ha comprendido que la infraestructura deportiva dependiente de las sociedades anónimas requiere de una inversión impostergable.
El anuncio lleva un anhelo importante: convertirse —dicen— en el escenario en que juegue Chile en un eventual Mundial del 2030, lo que es otra bofetada al añoso Estadio Nacional, que ya no resiste más un análisis serio de sus capacidades. Particularmente grave si se considera que este año será el escenario de la final de la Copa Libertadores y, peor aún, el epicentro de los Juegos Panamericanos del 2023.
Porque si algo nos marcó la semana fue la impecable presentación de los Juegos de Lima, que no solo lucieron gran capacidad para reflejar la historia, la cultura y la tradición el país, sino además una notable capacidad organizativa para superar los temores y desconfianzas que despertaba el desafío.
Con nuestros principales recintos deportivos capitalinos anclados en el pasado y con un gobierno más empeñado en jugarse por una hipotética e improbable postulación a un Mundial de Fútbol, el atraso de los panamericanos 2023 se hace cada vez más evidente. A exactos cuatro años de la cita, los problemas organizativos, de inversión y de proyección deportiva son cada vez más notorios, sin que exista una voluntad por allanar las dudas. Porque no solo vale utilizar las medallas ganadas hasta ahora —menos de las proyectadas— para la figuración política, sino que urge comenzar a hablar de planes concretos para un desafío largamente postergado y que debería significar, como ha sucedido en otras latitudes, la consolidación de las políticas deportivas.
Es razonable esperar por el balance deportivo hasta ver la evolución de los Juegos, que cuentan con la mayor delegación de todos los tiempos para nuestro país. Pero es ineludible que nuestras autoridades deportivas asuman que tenemos un problema evidente con el doping, y que se requiere mayor empuje para potenciar a los jóvenes que deberían ser protagonistas en cuatro años más.
Perú nos ha provocado envidia. Y no de la sana, porque ha dejado en evidencia que hay materias donde no avanzamos. Ni pretendemos hacerlo.