Creíamos que algo así nunca nos ocurriría a nosotros. Pero ahí están esos miles de venezolanos durmiendo en carpas en las cercanías del consulado en Tacna, intentando reunir papeles imposibles para una visa improbable, tratando de pasar al menos a sus hijos, aunque ellos deban permanecer ahí esperando un milagro.
La escena no es muy diferente a la que nos muestran las noticias en el borde de Estados Unidos y México, donde, usando derechamente la extorsión económica, Trump ha forzado al gobierno azteca a detener el flujo de inmigrantes que huyen de Centroamérica persiguiendo el sueño americano, al exigirle que no los deje transitar por su territorio y los contenga en su frontera con Guatemala para que no estén a la vista y ojalá nadie se ocupe de ellos.
A pesar del escándalo universal por la fotografía de un padre y su hijo ahogados cuando trataban de cruzar el río Bravo, Trump parece estar teniendo éxito. En junio el número de detenidos en el borde disminuyó levemente, luego de haber alcanzado su peak en mayo, cuando superó los 130 mil. El problema quedó radicado ahora en México. Ciudades como Tijuana ya no dan abasto para acoger a los salvadoreños, hondureños y guatemaltecos que esperan pasar. Y en el otro extremo, en el río Suchiate, que marca el límite con Guatemala, los inmigrantes se comienzan a amontonar. Entre tanto, Washington no encontró nada mejor que congelar los fondos de ayuda a los países centroamericanos hasta que no encuentren la fórmula para evitar el éxodo.
La estrategia es transparente: cuanto más peligrosa sea la travesía, mejor; cuanto mayor sea el número de expulsados por entrada ilegal, tanto mejor, y cuanto más lejos de las fronteras propias queden los campos con los inmigrantes, tantísimo mejor.
El ejemplo lo dio Europa. Más allá de las declaraciones altisonantes, sus gobernantes han sido brutales a la hora de atacar la ola migratoria que hace algunos años desestabilizó a sus gobiernos, hundió a sus partidos tradicionales y sirvió de combustible para el ascenso de la ultraderecha. Sin la estridencia de Trump, Europa olvidó sus aspiraciones democratizadoras para el Norte de África y el Medio Oriente, negoció con regímenes autocráticos y milicias para que, a cambio de ayuda económica, se hicieran cargo de retener a los inmigrantes para evitar que se lancen al Mediterráneo, y si lo hacen, perseguirlos y reconducirlos a sus costas. ¿Resultado?: la inmigración ilegal a Europa se redujo drásticamente, la ultraderecha se ha estancado, y, claro, los países de paso son un polvorín.
Como se ve, la inmigración es una suerte de epidemia que las naciones buscan alejar por cualquier medio. Pero la visibilidad alcanzada por la desigual distribución de la riqueza del planeta, los desastres provocados por el cambio climático y la violencia que devasta a países en todos los continentes hacen prever que esta no se va a detener; más aún si hay regímenes como el de Maduro, que emborrachados por su ideología parecen disfrutar cuando sus compatriotas se ven obligados a abandonar su patria.
Sí, lo de Tacna nos escandaliza: ¿por cuánto tiempo más?