Bastó la mera posibilidad de que Matías Fernández volviera a Colo Colo para que tuviéramos, otra vez, que debatir sobre el retorno de las viejas glorias, un capítulo que siempre tiene una cuota de riesgo y otra de poesía. Así como en la casa alba lo de Paredes, Valdés y Valdivia fue valioso, lo de Lucas Barrios y “Chupete” Suazo sonó a rotundo fracaso, por la manera vil en que terminó.
Igual, no se puede calificar de exitoso a ningún retorno en el último lustro, porque por más camisetas que se vendan o más títulos locales que se logren, la involución de la participación internacional de los clubes chilenos hace pensar que esa política, tan valorada por el hincha, significó el envejecimiento de los planteles y la pérdida de la competitividad. David Pizarro, por ejemplo, gozó del elogio unánime por su trascendencia en la cancha y el camarín, pero su talento no sirvió para que la U hiciera siquiera un papel digno en el continente.
Justo cuando Colo Colo —en los dichos— y los azules —en los hechos— pretendieron rejuvenecer sus planteles, la realidad se encargó de golpearles la puerta. En Pedrero tomaron la impopular medida de bajarle el pulgar a Matías porque Mario Salas tiene otras prioridades o porque las cuentas no le salen. En la U optaron, en la urgencia, por dos jugadores ya veteranos para equilibrar un equipo que ya no tiene la proyección como valor prioritario, sino la pura salvación.
El caso de Fernández sólo anticipa un fenómeno que se dará con frecuencia en los próximos años, cuando toda la generación dorada pretenda volver a terminar su carrera en el cuadro de sus sueños, por más que las políticas diseñadas desde los directorios vayan en sentido contrario. Claudio Bravo, Mauricio Isla, Gary Medel, Alexis Sánchez, Eduardo Vargas, Charles Aránguiz y varios más deberán tomar el camino que ya otros, como Gonzalo Jara y Jean Beausejour, trazaron recientemente. El asunto es si ese retorno implica un desafío mayor para el club o es, sencillamente, un lógico último peldaño de reconocimiento. ¿Volverán los clubes nacionales a soñar con una participación estelar en las Copas del continente? ¿Y son los viejos cracks los hombres indicados para encabezar ese sueño?
Hasta ahora le respuesta es no, claro. Pero porque está aparejado con otro tema íntimamente ligado: la generación de nuevos valores, un capítulo donde el fútbol chileno fracasa ostensiblemente, quizás por esa misma tendencia de las sociedades anónimas de encarrilar su inversión hacia los veteranos. Y porque, de manera insólita, cuando más recursos genera la industria, el mercado nacional se ha depreciado considerablemente ya no sólo ante Brasil, Argentina y México, sino ante países que jamás pudieron competir con nuestras tesorerías.
Por lo pronto, el valor sentimental de recuperar a los héroes retornados es inmensamente mayor que la identificación que pueden lograr los nuevos proyectos, que casi siempre se van muy luego, en un círculo extraño y repetido. Nos cuesta producir nuevos referentes, por lo que siempre será válido traer a los que ya lo fueron. Y en eso estamos.