Hace unos meses comenté un libro que agarraba descuidado al lector debido a la dureza estilística con que se comunicaban contenidos narrativos conocidos de antemano en algunas de las llamadas novelas de los hijos.
¿Cuánto tiempo viven los perros?, de Amanda Teillery (Santiago, 1995) presentaba imágenes de los adolescentes de los barrios acomodados de la capital que destruían su mito como etapa feliz y dorada de la vida. Eran cuentos que sorprendían por su buena factura narrativa pero que dejaban un amargo sabor en el paladar. En las entrevistas que he podido leer se destaca siempre que Amanda Teillery pertenece a los grupos sociales, o tribus, si se quiere, cuyas debilidades representa con inclemencia en ellos. Pero esto no tiene nada de excepcional: los críticos más incisivos de la aristocracia burguesa han provenido siempre de ahí.
La buena educación, primera novela de Amanda Teillery, maneja los mismos asuntos que los cuentos de
¿Cuánto tiempo viven los perros? y al parecer sus redacciones fueron cercanas. Los motivos centrales de los cuentos reaparecen en la novela formando la alcurnia del mundo social que ocupa sus páginas: adinerado, convencional, educado a la sombra de un catolicismo tridentino, conservador e hipócrita.
La buena educación posee una forma sencilla pero efectiva estilísticamente. Todas las secuencias del argumento —recuerdos que explican y conducen al momento presente del relato— se subordinan al viaje que Sofía y Rosario, dos alumnas de un colegio católico del barrio alto de Santiago (espacio familiar), emprenden hacia el centro de la ciudad (espacio agresivo que desconocen absolutamente) con el propósito de conseguir algo específico. Se trata, pues, del motivo del viaje mítico, pero cuyos componentes son desacralizados y puestos al servicio de revelar la falsedad y vaciedad de la clase social a la que pertenecen las dos adolescentes protagonistas. El viaje tiene lugar durante los días en que las alumnas del colegio se preparan para la Confirmación y su meta es encontrar una clínica clandestina situada en los alrededores de la casa central de la Universidad de Chile donde una de ella se someterá a un aborto (recompensa mítica desprestigiada). El viaje de Sofía y Rosario pareciera, pues, confirmar lo que muestran las secuencias subordinadas: la castración sexual que provoca la educación católica y conservadora —la “buena educación”— es la raíz de la afectividad herida y de las deformantes convenciones éticas que en los sectores sociales retratados en la novela asfixian a los auténticos sentimientos humanos. La amistad, el más importante de todos.
Amanda Teillery pretende convencernos de las verdades edificadas dentro de su texto encargando el relato a una mujer que pertenece a tales sectores sociales y cuya escritura se identifica más con la de una cronista de costumbres que mira con soltura hacia atrás y hacia adelante que con la de una narradora de asuntos imaginarios. Dicha cronista posee, pues, autoridad más que suficiente para contarnos la historia de Sofía y de su familia así como la de personajes que la rodean y acontecimientos que también forman su mundo personal: la biografía de la hermana Dumont, fundadora del colegio, por ejemplo, y el destino que después tiene la institución. De igual manera, también se proyecta con seguridad hacia el futuro utilizando el estilo condicional afirmativo popularizado por García Márquez hace ya poco más de cincuenta años. Refiriéndose a sí misma, nos dice: “Más grande, siempre que Sofía intente escribir una historia, tendrá a Ana en mente...” o: “Mirándolo en perspectiva, analizando los detalles de su vida que antes había pasado por alto, Sofía llegaría a la conclusión de que Javier había sido el principio del fin”. Y como última confirmación de verosimilitud, dicha cronista identifica su escritura con la de la propia Sofía y la novela adquiere finalmente la forma de un testimonio de vida.
Amanda Teillery es, sin duda, una de las escritoras emergentes más atractivas de la actualidad, pero los intereses narrativos de sus dos libros son alimento perecedero.
La buena educación
Amanda Teillery
Emecé, 2019, 157 páginas, $11.900.
NOVELA