Para la doctora Anne Harrington, de la Universidad de Harvard, la psicoterapia vive su crisis. Su libro, “MindFixers”, fue criticado duramente en la revista Nature, en su penúltima edición.
La doctora Alison Abbott, especialista en neurociencias, se quejó de que Harrington es mezquina con los más recientes estudios sobre el cerebro.
Ahora, en Nature, la autora Harrington le responde: la crisis está y ojalá todos quienes se preocupan del tema converjan en una salida.
El libro parte con las casas de orates del siglo 19 y las autopsias de sus pacientes (dos tíos míos pasaron por ahí). Su fracaso hizo que Freud (1890) descartara los caminos anatómicos y atendiera a las causas biográficas, especialmente a la sexualidad infantil.
En 1899, Edmundo Kraepelin fijaría criterios para diagnosticar las enfermedades neurológicas y de ahí aparecen nuevas rutas como el electroshock y la lobotomía. (A un primo mío que me tuvo de espaldas mientras pinchaba mi cuello con un cuchillo, le amputaron parte del cerebro; bajó su agresividad, pero murió meses después).
Luego empezaron a culpar a la herencia. Justificó eso la esterilización selectiva y culminó con las matanzas de “indeseables” por los regímenes de Hitler y Stalin. Esos horrores inclinaron la balanza hacia Freud. Durante los 70, aparecieron otros estudios, algunos culpando a las mamás por las vivencias de sus hijos.
En los 80, resurge la mirada biológica y farmacológica. Empieza a recetarse litio (también un componente de la bebida “7Up”). Aquí hay altos y bajos en la historia. Se comprueba que elementos químicos, como los neurotransmisores, resultan claves en los procesos cerebrales.
En los 90, según Harrington, la farmacopea crece lento, por los efectos imprevistos que aparecen. ¿Qué hacer?
Recomienda que terapeutas y cientistas sociales se encarguen de ciertos pacientes y los psiquiatras y psicólogos, de aquellos en que haya que recurrir a fármacos.
La critica Alison Abbott, doctorada en farmacología, citando tanto trabajo actual en la biología del cerebro. ¡No se puede omitir esta veta!
En Chile, el Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica (BNI) penetra justo ahí. Una variedad de especialistas mira el cerebro en condiciones normales y patológicas. Buscan tecnologías para diagnosticar, para llevar a cabo terapias que mejoren la calidad de vida.
La doctora Bernardita Cádiz, del BNI, distingue: hay casos para psicoterapia; otros, para farmacología y terapia. Los primeros, personas que fueron funcionales, pero dejaron de serlo: en algún momento causas externas alteraron su equilibrio químico cerebral. “Debido a la plasticidad del cerebro se puede pasar de estados sanos a patológicos y viceversa, sin necesidad de medicación o a través de una medicación temporal”.
Los segundos, personas en que el desarrollo alterado de las estructuras o el funcionamiento de sus cerebros requiere la medicación acompañada.
La doctora Cádiz acusa que nuestro modo de vida ha aumentado las patologías; no basta entender lo que ocurre en el cerebro: hay que ver cómo el entorno lo perturba. Y cambiarlo tomando decisiones políticas. Y con muchos expertos para abordar la crisis.