Un gabinete de ministros es, desde el punto de vista comunicacional, una fotografía.
A través de esa veintena de hombres y mujeres, el gobernante le transmite un mensaje al país. Porque ese equipo es una prolongación de sí mismo.
Esto es tan así, que en cada evento republicano relevante (la Toma de Posesión, la Cuenta Pública, el Aniversario Patrio), el mandatario se exhibe y se fotografía públicamente con su gabinete en pleno.
La evidencia más explícita de lo que digo la entregaba la expresidenta Bachelet, quien solía repetir que “el que se mueve no sale en la foto”, para espantar a los pedigüeños.
Mientras transcurren sus mandatos, los jefes de Estado van usando los cambios de gabinete para comunicarse simbólicamente con la ciudadanía. A veces, los presidentes no dicen nada; solo cambian el gabinete, y con eso dicen todo. Otras veces sí hablan, recurriendo a giros líricos de cuneta, como “he escuchado la voz del pueblo” o similares.
Cómo olvidar ese momento en que durante un programa de televisión en vivo Michelle Bachelet, ante una inocente pregunta de Don Francisco, confesó que minutos antes de entrar el set le había pedido la renuncia ¡a todo su gabinete! Con eso reconoció que estaba todo mal con el gobierno. Días después, rodarían las cabezas de sus dos principales colaboradores y amigos: los ministros del Interior, Rodrigo Peñailillo, y de Hacienda, Alberto Arenas. Ese día, también ella (Michelle 2) se autodecapitó simbólicamente. Nunca más volvió a levantar cabeza y el resto de su mandato fue un alma en pena.
Es que en los cambios de gabinete, los presidentes también pueden hacer algo así como un acto de contrición; reconocen o purgan sus propios pecados, hacen su autocrítica.
Pero no fue el caso del cambio de gabinete de esta semana. Digo yo. Hubo movimientos en seis ministerios: Relaciones Exteriores, Desarrollo Social, Economía, Energía, Salud, y Obras Públicas. En ninguno de ellos había precisamente una crisis, salvo alguno que otro desacierto comunicacional, por acción u omisión.
En cambio, los ministerios matrices, los que pasan harto tiempo en La Moneda, los que mueven la aguja, los que mecen la cuna; los que comen las sandías con más pepas, los que tienen los
smarphones con más
apps, los chats con más miembros, las cabelleras con más rulos… salvaron ilesos. Como haciendo ver que el lío no era aquí, sino más allá.
Solo que el cambio no sació la sed de “la bestia”.
“La bestia” somos todos nosotros, los ciudadanos, los que vivimos, gozamos y sufrimos la política.
Nosotros —“la bestia”— nos comunicamos simbólicamente con el gobernante a través de nuestro voto y a través de las encuestas.
La encuesta CEP es el megáfono de “la bestia”. Y muchas veces es la “bestia negra” de los políticos, porque los levanta o sepulta.
El Presidente hizo el último cambio de gabinete el mismo día —minutos después— de la encuesta CEP, cuando rugió “la bestia”. Supuso, creo yo, que con el cambio en seis ministerios pacificaría a “la bestia”.
Pero eso no pasó.
La superstición me obliga a decir que fue por el número de cambios: 6. El 6 es uno de los tres componentes idénticos del “Número de la Bestia”: 666. Mal presagio.
Si hubiesen sido 7 cambios, la cosa habría sido distinta. Con 7, el Presidente se sacaba su 7. No digo más. El resto lo dejo a vuestra viscosa imaginación.