El delito es un sugestivo motivo literario y dramatúrgico. Algo se revela en esa transgresión moral de los pactos de convivencia, indicando lo que la cultura excluye y diferencia. Además, el delito tiene historicidad, habla de una época, y como sostuvo la ensayista argentina Josefina Ludmer, en su libro “El cuerpo del delito: un manual”, el delito es “una constelación que une delincuente y víctima, y esto requiere decir que articula sujetos: roces, palabras, culturas, creencias y cuerpos determinados. Y también articula la ley, la justicia, la verdad y el Estado con estos sujetos”. Ahí están clásicos universales como “Crimen y castigo” de Fiódor Dostoievski, “A sangre fría” de Truman Capote, o las referencias latinoamericanas de “Acassuso” de Rafael Spregelburd, o en Chile, obras de los choros o los lanzas como “El rucio de los cuchillos” de Luis Rivano.
Un reciente montaje de la compañía Teatrocinema adapta para el teatro la novela “Plata quemada” —en cartelera en Aldea del Encuentro hasta el 28 de julio—, del célebre escritor Ricardo Piglia, recientemente fallecido. Una historia que gira alrededor de un delito real: el asalto a un banco en la provincia de Buenos Aires en 1965, en el que estaban involucrados políticos y policías pero que en la huida los ladrones decidieron traicionar a sus socios y escapar con todo el dinero. Se sabe que el autor argentino tuvo acceso a materiales confidenciales de los archivos, que luego urdió con espesura psicológica para dar forma literaria a las relaciones humanas que terminaron con el dramático asedio policial a los atracadores y la quema del dinero. La novela, ampliamente leída, fue llevada al cine por Marcelo Piñeyro (“Tango feroz” y “Kamchatka”) y recibió el Premio Planeta (no exento de polémicas ajenas a la calidad de la obra).
Porque “Plata quemada” es más que la historia de un robo, es una historia de amor, traiciones y heroísmo con personajes entrañables. Estos hilos mueve la compañía Teatrocinema en su quinta producción, que afianza su trabajo con obras literarias (“La contadora de películas”, de Hernán Rivera Letelier; “Sin sangre”, de Alessandro Baricco, entre otros) en intersección con recursos cinematográficos.
Este colectivo artístico multidisciplinario ha destacado por crear un lenguaje visual en el que se funden elementos del teatro, cine y cómic. Siempre bajo el liderazgo de Juan Carlos Zagal (dirección y composición musical) y de Laura Pizarro (actriz, guionista y directora de arte), quienes coordinan un equipo ejecutivo consolidado compuesto por actores más jóvenes, desde que los fundadores ya no actúan. En esta ocasión la adaptación teatral correspondió a Juan Carlos y Sofía Zagal en colaboración con Montserrat Quezada.
En este proyecto se conserva la proeza técnica, pero con énfasis en lo corporal y en la estética del cómic. Esto logra comunicar mayor emocionalidad en la puesta en escena, para transmitir en este caso, vía gestos y muecas, los cuerpos drogados y enajenados de los delincuentes que se entregan a peligrosas maniobras y a una vida de sensaciones límites (sexo, drogas y vandalismo). De todos modos, pese a este acento, las interpretaciones quedan “en bloque” diferenciando bien la marca personal, pero cincela la cofradía de los delincuentes.
Lo interesante de este montaje es la exploración en el universo masculino. Una masculinidad de tribu que se mueve entre el compañerismo, la carnalidad y la violencia. Asimismo, una corporalidad que hace más tangible la visceralidad de las relaciones masculinas, primero, entre los dos hombres que se aman, El Nene y Ángel, que protagonizan logradas escena íntimas en medio de la batahola. Luego, la masculinidad asoma en el historial de violaciones y abusos que han sufrido estos hombres en su paso por instituciones y por el mundo del hampa como si fuera un obligatorio rito de iniciación. Y, por último, circula en el código de honor de los delincuentes, esta vez secundado por la corrupción policial y política, que los impulsa a vivir embriagados por la adrenalina: drogados o teniendo sexo o arriesgando la vida. En el final álgido, cuando están siendo acosados, resistirán entre insultos y desgarro.
Y, por otra parte, una masculinidad determinada a un destino violento, porque un asalto común se transforma en leyenda sin buscarlo desde el momento que, tras la excitación y la culpa de los protagonistas, un suceso en principio irrelevante, un control policial rutinario, convierte a los ladrones en asesinos (murió un policía) y, a los asesinos, en una leyenda urbana.
Hay escenas memorables como el cruce de la frontera en furgoneta, la escena de largo tiroteo en medio de un edificio en llamas. En los cuadros tiende a dominar la oscuridad en la que se resalta una mesa de tahúres a contraluz, un cuarto de hotel, un hombre sentado en una silla con un arma. De pronto hay escenas algo dilatadas que distienden el ritmo o hacen algo repetitiva la trama.
La composición musical, a cargo de Zagal, es un punto altísimo, creando una atmósfera tensa digna de thriller. Sus producciones han alcanzando tal nivel que funcionan como una banda sonora de cine, en el sentido que se podría escuchar aparte del montaje.
“Plata quemada” trae a escena un asalto espectacular, y digo espectacular porque el robo a una municipalidad porteña termina siendo un show pirotécnico en medio de la ciudad de Montevideo. Espectacular, porque transforma un anhelado botín en una pira de billetes incendiados (una imagen tabú para el dinero). Espectacular, porque el racional plan delictivo es una historia de hombres y sistemas de poder cruzados por la codicia, el resentimiento y el deseo con alcances nacionales y continentales.
Coordenadas
“Plata quemada” estará presentándose hasta el 28 de julio, de miércoles a domingo en Aldea del Encuentro, La Reina.
Entradas disponibles en ticketplus.cl