Fue, con holgura, la peor semana del fútbol chileno en mucho tiempo.
Es verdad que ya es costumbre que nuestros equipos queden al margen de las competencias internacionales apenas comienzan las fases eliminatorias, y que en el nuevo formato rara vez pasan al segundo semestre. También es cierto que hubo excepciones notables de superación y rendimiento, como Palestino, que jugó 27 partidos, sin recibir ayuda alguna ni de la Asociación ni de sus pares. Igual, cayó inexplicablemente ante un rival claramente inferior cuando apuntaba a convertirse en la honrosa excepción.
¿Escuchó a alguno de los dirigentes de los clubes eliminados? Todos —incluidos los de mayor inversión y expectativas— se mostraron deprimidos, pero conformes. No hubo autocrítica ni reproches, sino solo aprendizaje. ¿Cuánto tiempo llevan de aprendizaje los que año a año fracasan consistentemente en el continente? ¿Por cuántas temporadas más el horizonte de la UC será rendir solo en el plano interno? ¿Tendrá esta generación colocolina alguna opción de emular sus campañas históricas? ¿Y la Unión Española no tiene nada que decir después de un nuevo porrazo vergonzoso?
El silencio de los dueños de las sociedades anónimas es asimilable al directorio de Quilín, que otra vez fue sorprendido, sobrepasado y derrotado por el Sifup con un tema que debió y merecía resolverse de mejor manera. Con una indolencia que agrede, vieron venir el conflicto y sucumbieron de la peor forma, programando con juveniles la B y cediendo al “fairplay” con la A, reprogramando una fecha que juraron se iba a jugar. La falta de liderazgo y capacidad de comunicación del directorio de Moreno ya es una marca de fábrica, invisibilizando una gestión que está timbrada por la intrascendencia.
Como si no fuera suficiente, el derrumbe definitivo del grupo más ganador de la historia de la selección chilena se produjo, otra vez, de manera sibilina, misteriosa y, por supuesto, a través de recados y mensajes de Instagram. Si el brillante proceso se quebró por la indisciplina y las redes sociales en la amarga eliminación al Mundial de Rusia, ahora la nómina de Copa América dejó en evidencia una fractura tan profunda como dolorosa, de la cual, obvio, nadie se hace cargo. Ni un Reinaldo Rueda sobrepasado y desacreditado otra vez por Claudio Bravo, ni los jugadores a los que defendió pero que no parecen dispuestos a defenderlo. Una crisis fea, ordinaria e impropia de una generación que merecía un final más digno, y que solo puede aferrarse a la teoría del “enemigo externo” para hacerse fuerte en Brasil. Lo que parece improbable, aunque no imposible, asumiendo el enorme talento del grupo cuando se lo propone.
Protagonistas, usted sabe, que no hablan, no explican, no razonan, no justifican. Solo mandan canciones, fotos, recados, filtraciones, historias sin dueño. Pedirles a los dirigentes una posición activa en esta materia sería maldad.