Acertada fue la decisión de los gobiernos de Chile y Perú de separar sus relaciones económicas del diferendo sobre delimitación marítima, durante el juicio de La Haya. Contaminar los intereses comerciales con las diferencias políticas entre países aumenta las tensiones, los efectos no deseados, y perjudica las oportunidades de bienestar de los pueblos.
Fijar una línea entre el ámbito político y el comercial, llevarlos por cuerdas separadas, es realismo y lo que corresponde en la polémica entre parlamentarios y el embajador de China. Así lo ha manifestado correctamente el diputado Matías Walker, que encabeza un proyecto de resolución de la Cámara de Diputados sobre la situación de los derechos humanos en ese país.
El respeto a la separación de ambas esferas no es razón para inhibir opiniones críticas, eludir visiones diferentes que puedan surgir de las autoridades y en la sociedad civil de uno y otro país. Los parlamentarios están en todo su derecho de expresar divergencias y tramitar la resolución mencionada.
La diplomacia juega un rol fundamental en el manejo de estos desencuentros, que se pueden sortear, trascender o agravar, según se conduzcan.
Son numerosas las publicaciones que destacan las distintas cualidades del diplomático ideal. Muchas de las exigencias que se les imponen han cambiado en el tiempo, algunas han cobrado distinta relevancia, otras permanecen.
Harold Nicolson, en su obra “La Diplomacia”, enaltece la recomendación de Tayllerand a los jóvenes que ingresan al servicio exterior: no dejarse llevar por el exceso de celo en su desempeño profesional. La intervención excesiva de los embajadores crea anticuerpos, afecta a su acogida para el buen desempeño de su misión.
Habría que reconocer que los diplomáticos están limitados y obligados por las instrucciones que les imponen sus cancillerías; algunas, a veces, les ordenan ejercitar todo el poder de negociación e influencia, política y económica, del país que representan: desconocen o menosprecian los inconvenientes que aquello puede causar donde han sido destinados. El deber de lealtad con las directrices que reciben siempre permite un margen razonable de maniobra para evitar conflictos innecesarios.
En Latinoamérica hay especial rechazo a la intervención extranjera. Lo deben asumir y respetar los plenipotenciarios de otras naciones. También deben saber que hay que tener mucha paciencia con las cuerdas separadas y, especialmente, con los parlamentarios. Lo sabemos todos, y a diario.