La idea que anima este libro es pavorosamente atractiva: el nuevo
gadget de moda en un futuro próximo es un peluche controlado a distancia por un ser humano. Hay, como lo establece Emilia, mujer mayor peruana que maneja el kentuki que pertenece a una alemana que vive en Erfurt, dos clases de vínculo con los kentukis: los que quieren ser amos —y compran uno como una suerte de mascota— y los que prefieren ser kentukis. La distribución es aleatoria; el amo solo puede escoger la forma del peluche —topo, cuervo, dragón, panda— y el que compra los códigos de manejo no elige nada, solo se le asigna un kentuki al azar. El peluche tiene cámaras en los ojos. El manejador puede hacer que se desplace a voluntad por el espacio en que habita. Requiere de periódicas recargas de batería. Algunos lo consideran un teléfono con patas; otros, como una intrusión inaceptable en la intimidad de una persona o familia. Suelen pedir cariño. Toda hebra tiene dos puntas, y a veces logran juntarse en el mismo punto virtual: es el preludio de lo insólito, la apertura hacia otro horizonte o la pérdida de la inocencia y el consecuente horror.
En torno a estos peluches está el tejido del libro, vertebrado por cinco historias principales que se alternan, con algunos relatos breves que hacen emerger otros kentukis enfrentados al azar, a la maldad o al fracaso. Mucho más que una novela de anticipación,
Kentukis es un catálogo de soledades, una panoplia de desencuentros, un muestrario de cómo una presencia ajena puede desnudar las miserias personales o sacar a la luz la perversidad que el uso del kentuki puede abrigar. A ello hay que sumarle la intensidad de las historias. En su desarrollo no dejan entrever el final —algunos son muy sorpresivos—, pero, en lo que es un sello del estilo de Samanta Schweblin, alientan siempre un fondo de inquietud, un desplazamiento del eje narrativo que alimenta la sensación de una inminente tragedia. La autora escoge un eje tan original como bien logrado para abordar la presencia del otro, donde la mirada inexpresiva de un peluche puede constituirse en un arma formidable para construir la ficción. Una de las protagonistas se pregunta “¿por qué nadie confabulaba con los kentukis historias realmente brutales?”, y piensa en actos terroristas y muertes masivas. Pero, a su manera, estas historias lo son aun más, porque tocan la fragilidad humana ahí donde está más oculta y protegida.
Samanta Schweblin
Literatura Random House, Madrid, 2018.
222 páginas.