La historia moderna de España posee por filiación analogías con la trayectoria de los países latinoamericanos tras la Independencia en el siglo XIX, y en algunos casos hasta el presente. El desarrollo político español desde 1936 —la guerra civil— dejó una fuerte huella en las valoraciones políticas en Chile; desde 1970 hubo también una corriente que desde Chile viajó hacia el otro lado del Atlántico. Es lo que nos hace de la política española un espejo para pensar sobre nuestra realidad, aunque cada caso sea único.
La recuperación de los socialistas de Pedro Sánchez ha ido a contracorriente de la crisis de la socialdemocracia europea, desaparecida o casi en Francia, Italia, Grecia, y de capa caída en Alemania. Se une a los laboristas ingleses, que gozan de buena salud. No constituye todo el panorama.
Sumadas, las izquierdas (PS + Podemos) dan unos 100 mil votos más que las tres derechas juntas, poco más de un 40% para cada sector. Pablo Iglesias logró detener la caída de Podemos, pero relegado a un búnker. El resto fue a independentistas (sin mayoría absoluta) o regionalistas de diverso tipo. La ventaja en parlamentarios se debió al sistema electoral, que tiene su lógica al castigar la dispersión. La derecha del Partido Popular se vio afectada no solo por el populismo de Vox —que tuvo su éxito: de 0 pasó a 10%— y el alza de Ciudadanos, sino sobre todo por el cáncer de la política actual, la corrupción. Lo merecía. Sin embargo, fueron las políticas de un dirigente a la vez opaco como Rajoy las que han permitido al país recuperarse del nadir de la crisis, producto no solo de la Gran Recesión de 2008, sino que de descuidos de décadas. Esto es tanto una base de sustento para Sánchez como un freno de que no puede desbaratar el mejoramiento que ha habido.
Lo primero que se puede decir es que se confirmó la tendencia a la fragmentación con el fin del bipartidismo; pero no es mosaico, sino solo 5 piezas. Así como en el quinquenio anterior había emergido la nueva fuerza de Podemos, en esta se puso a tono con el populismo europeo y apareció Vox. Uno dice por qué no se forma un gobierno de mayoría con la única posible, entre Ciudadanos y el PS. Pura teoría; si uno se asoma a la atmósfera local, al sabor cotidiano, resultaría una burla al votante y una rebelión de la militancia. En cambio, el resultado más probable será un gobierno de minoría socialista tolerado por Podemos y otros; subsistirá la incertidumbre, pero Sánchez habrá ganado puntos en confianza. Sobre los independentistas, los que creemos que el separatismo es fatídico para España respiramos por ahora.
Lo segundo es que hubo un marcado interés político entre el público, con alta participación de los votantes, del orden del 75%. La democracia respira y vive del interés público; es una de sus marcas. Al mismo tiempo, no hay una muestra por ningún lado de que se manifestara un rechazo estruendoso a la evolución española de las últimas décadas. Si se quiere, predomina todavía algún instinto conservador. Esto destaca un contraste con las elecciones de febrero de 1936 (perdón por el salto), cuando al igual que ahora, las izquierdas (en plural se decía) ganaron por pocos votos a las derechas (ídem), pero el sistema electoral les dio un gran triunfo en diputados a las primeras y su Frente Popular. Al día siguiente comenzó a desencadenarse la espiral de violencia que culminó con la guerra civil. Esa polarización no existe ahora en España, salvo en algunas circunstancias delimitadas como Cataluña, y por lo demás no definida por la fuerza de las armas, sino por la ley. ¿Que hay muchos nudos ciegos? Constituyen el tema de la sociedad humana y la democracia los pone bajo la luz.