El fanatismo de los predicadores contra el tabaco los lleva al delirio. En la investigación sobre el reciente incendio de Notre Dame se pretendió culpar a trabajadores que reparaban la techumbre de la catedral. Llegaron a mostrar como evidencia siete colillas de cigarrillos, encontradas en andamios metálicos. Se agregó a la posible incriminación el reconocimiento de los obreros de haber fumado durante su trabajo. ¡Cómo serán de incapaces, estarán de perdidos, dañados mentalmente, los investigadores franceses para considerar semejante causalidad!
Tamaña aberración es recogida por importantes medios de comunicación social. Los menos sensacionalistas denuncian a los obreros por violar la prohibición de fumar, como si hubieran cometido un delito. Los prohibicionistas se valen del absurdo de esta noticia para alentar la intolerancia y persecución en contra de los fumadores. Con seguridad lograrán que los parlamentarios franceses legislen nuevas prohibiciones en contra del tabaco.
La trama de activistas, comunicadores y políticos populistas se repite y escala en todas partes, a distintos niveles, no solo en París. Aquí muy cerca, en Las Condes, las boberías del alcalde y de sus concejales han prohibido fumar en las plazas de la comuna. Más allá, en Valparaíso, los congresistas han adoptado sostenidamente leyes cada vez más irracionales. Cuando se cree que se ha llegado al límite, aprueban otra ley, aún más disparatada que la anterior. Los honorables han aprobado insensateces como prohibir “la fabricación y venta de dulces, golosinas, juguetes o cualquier otro artículo que asemeje o tenga forma de pipa, cigarrillo u otro producto de tabaco”. Y, por ende, prohibir los cuchuflíes, los barquillos, la tiza tubular y otros productos de forma similar.
También buscan impedir fumar hasta en zonas del desierto, pues se prohibirá hacerlo “en todas las áreas silvestres protegidas del Estado”.
La persecución llega a situaciones inverosímiles. En más de una oportunidad he tenido un cigarrillo en la boca, sin encender, y me han pedido que abandone el recinto para no exponer a “fumadores pasivos”. Hasta me ha sucedido estar en la calle con el cigarrillo apagado y una persona me ha enfrentado dando señales de estar ahogándose por un humo inexistente. Se ha logrado instalar una paranoia.
En la cajetilla, junto con señalar que el tabaco y fumar dañan la salud, se debería, en letras más grandes, destacar que la persecución a los fumadores daña la salud mental de los persecutores.