En su cumpleaños número 15, el colectivo independiente Lafamiliateatro repone “Painecur”, su décima creación estrenada en 2017 que ya va en su cuarto ciclo de presentaciones en distintas salas. Un éxito merecido, por cuanto se ubica entre lo mejor dado por el inquieto grupo.
A la propuesta le sobran razones para resultar atractiva. De partida, su material de base, que rescata un singular y controversial hecho documentado, pero en el cual realidad y mito se confunden. Apenas acaecido el megaterremoto y maremoto de 1960, una machi de una comunidad mapuche cerca de Temuco junto a otros oficiantes inmolaron a un niño de 6 años —de apellido Painecur, quien fue entregado por el abuelo que lo criaba—, a fin de restablecer el equilibrio de la Naturaleza e impedir el fin del mundo. Hay más de una versión de cómo ocurrió el sacrificio ritual, algunas muy sangrientas. Juana Namuncura y otras cuatro personas fueron procesadas por infanticidio y luego absueltas, también por motivos difusos: unos afirman que nunca se pudo probar que el crimen de veras ocurrió (de hecho, nunca se halló el cuerpo de la víctima), según otros se aplicó a los imputados un artículo del Código Penal que los exculpó porque actuaron “impulsados por una fuerza irresistible o un miedo insuperable”. Las dudas siguen en pie, ya que el expediente judicial se perdió.
Premiado y recién publicado, el notable texto —de Eduardo Luna, líder del grupo y director de todas sus obras— aborda la historia en forma oblicua. Imagina que hoy cuatro estudiantes de Derecho dan los toques finales a su presentación para un examen de Clínica Jurídica que rendirán al día siguiente, en el cual deben simular una audiencia del enjuiciamiento a ese caso.
Con un apasionamiento inhabitual en la dramaturgia criolla, el relato avanza en dos planos entrelazados. Por un lado, la preparación del ejercicio académico, con los alumnos discutiendo sus proposiciones y posturas al respecto, que transparentan sus prejuicios y objetivos personales (en esa faceta la dramaturgia se acerca al teatro de ideas). Por otro, la reconstitución representada del estremecedor episodio que se impone con fuerza a través del testimonio de quienes prestan declaración. Ese aspecto admite rasgos oníricos, considerando que para el pueblo mapuche los sueños tienen un sentido revelador.
Traza en suma un modo actual de ser chileno, caracterizado por el individualismo materialista, el oportunismo acomodaticio y la discriminación de raza, clase y género, confrontado al pensamiento mágico de una cultura ancestral que se rige por sus propias normas. Concluye que la machi hizo lo que debía hacerse, y eso los winkas nunca lo entenderán, pues queda fuera de su capacidad de juzgamiento. Son mundos distintos y aparte. Esa es la incómoda y descolocadora disyuntiva que aventura la obra.
No todo es loable en el montaje, pero en su conjunto resulta atrapante. La intensidad y agudeza que asoman proveen momentos notables, uno de ellos ineludiblemente sobrecogedor: cuando un personaje como en trance canta una canción mapuche. En el fragor de la dialéctica los actores atropellan a veces su dicción, y el paso de un plano a otro suele no ser lo fluido y convincente, lo que sería deseable. Uno podría apostar que el texto tiene posibilidades aún mayores a las que despliega esta competente entrega.
Mori Bellavista. Viernes y sábado a las 20.30 horas. Hasta el 27 de abril.