El sábado 16 de marzo, en la pequeña ciudad de Nogoyá, 22.000 habitantes en la provincia argentina de Entre Ríos, José Sánchez, 40 años, situación económica precaria, padre de familia, pintor de casas en las mañanas y panadero en las tardes, le envió un mensaje por celular al conductor de un programa de radio local: "Disculpe la molestia. Encontré mucha plata y no sé qué hacer. Se lo llevo a la radio". Para cuando el periodista vio el mensaje, José Sánchez ya no tenía el dinero en su poder: lo había devuelto. Y no era poco: medio millón de dólares.
La historia, tal como la contó Sánchez después, era ejemplar. Él caminaba hacia una pinturería cuando vio que un hombre, después de discutir con alguien, subía apresurado a una camioneta Chevrolet S-10 de color rojo, olvidando un maletín en la vereda. Corrió, hizo señas, pero la camioneta se fue. Al abrir el portafolios, descubrió que estaba lleno de dólares. Nervioso, llamó a la policía, pero no le respondieron. Entonces le envió el mensaje al conductor del programa, a quien conocía. Pero no alcanzó a llevar el dinero a la radio porque de inmediato reapareció la camioneta de la cual bajó, desorbitado, el hombre del maletín. Sánchez no dudó, se acercó y le dijo: "Esto es suyo". Era un empresario de nombre Gustavo que le pidió no revelar su apellido. Los 500 mil dólares estaban destinados a la compra de un terreno para montar un
spa. A modo de agradecimiento, el empresario ofreció regalarle una casa, pero Sánchez dijo que no. Entonces le ofreció dinero, pero Sánchez volvió a decir que no. Pidió, en cambio, trabajo: "Si me quiere ayudar, deme un trabajo en blanco, así mis hijos pueden tener cobertura médica". El empresario prometió dárselo en el futuro.
Sánchez contó todo eso en la radio de Nogoyá y la historia se viralizó. El lunes 18 de marzo la publicaron todos los medios de la Argentina, que mandaron enviados especiales para entrevistar a Sánchez, que repitió lo sucedido agregando detalles: nunca antes había visto un dólar; al descubrir el contenido del maletín, había elevado una oración a Dios: "No me ayudes así, dame un trabajo en blanco". Era un héroe, y se disponía a viajar a Buenos Aires para presentarse en varios programas de televisión cuando el martes el fiscal Federico Uriburu, que había investigado el asunto -el dinero, después de todo, podía provenir de un ilícito-, le dijo al medio
Entre Ríos Ya: "Estoy en condiciones de decir que todo es mentira. La policía caminera en ningún momento visualizó una camioneta Chevrolet S-10 de color rojo, doble cabina, como la que describe Sánchez, y las (cuatro) cámaras de seguridad de la calle Paraná, donde encontró el maletín, no muestran absolutamente nada". Sánchez insistió en que había contado la verdad hasta que, finalmente, el miércoles regresó a la radio del pueblo y dijo: "Todo lo inventé para que me socorrieran con un trabajo. Estoy cansado de trabajar en negro y por menos que nada". Los periodistas se apiñaron para entrevistarlo, esta vez con un objetivo distinto: hacerlo morder el polvo. Sánchez les pidió disculpas entre lágrimas, repitiendo que lo había hecho para conseguir trabajo. Ellos le preguntaron, ofendidos, si se arrepentía de haberlos engañado. No le preguntaron, en cambio, sobre su situación económica, ni intentaron hablar con sus empleadores o con sus vecinos, ni se preocuparon por averiguar si el hombre que ya había inventado una historia no había inventado también la otra: si su necesidad -el supuesto motor de la mentira- era cierta. El diario
Crónica tituló: "Nos mintió a todos"; y
Clarín, de esta manera: "El changarín de los 500 mil dólares confesó la verdad". Confesó, nos mintió. La culpa era, enterita, de Sánchez. Ningún medio dijo: "Esto pasó porque no hicimos bien nuestro trabajo".
Imaginemos que Sánchez no se hubiera topado con un maletín con 500 mil dólares sino con un marciano, y que se hubiera presentado en la radio asegurando que, gracias a su ayuda, el marciano había podido encontrar su nave espacial para regresar a su planeta, prometiéndole un futuro contacto. Es, como la del maletín, una historia basada en una sola versión. Es, como la del maletín, una historia sin ninguna evidencia ni testigos. ¿Le hubieran permitido contarla al aire?
Sánchez fue astuto. Inventó una historia inverosímil que todo el mundo quiere creer: un hombre pobre renuncia al golpe de suerte que puede cambiar su vida para siempre y hace lo difícil, lo correcto: devuelve lo que no es suyo. Se limitó a repetirla sin que un solo periodista chequeara la existencia del empresario; sin que nadie fuera al lugar del hecho y buscara testigos; sin que ningún medio recordara una regla fundamental: no dar por cierta una información solo sostenida en dichos.
Como no hay delito, quizá el asunto se olvide pronto. Sería una pena, porque hasta ahora nadie se enfocó en lo que cuenta: ¿era Sánchez un hombre realmente desesperado? Si es así, ese hombre, que ahora parece tan despreciable, sigue necesitando trabajo. Y, si es así, el hecho de que haya mentido no es relevante, pero sí que en un país con un 30 por ciento de pobreza, una inflación probable del 50 por ciento para 2019 y un 9,1 por ciento de desempleo, alguien haya creído que recurrir a esa humillante patraña era la única forma de conseguir ocupación. Claro que a nadie le importa. Porque los medios se empeñan en bailar, al costo que sea, la vacua conga de los clics.