"Para nosotros la capitalización individual no debería operar".
La afirmación de Giorgio Jackson, en entrevista reciente, resume perfectamente la mirada que caracteriza al polo socialista de la política chilena.
Capital -acumulación de riqueza material- e individuo -persona singular dotada de derechos anteriores y superiores al Estado- son dos conceptos que repugnan al socialismo cuando comprueba que están articulados el uno con el otro: capitalización individual. No se hacen problemas los socialistas para afirmar la conveniencia de la acumulación de capital en el Estado, bajo el así llamado "régimen de lo público". Tampoco reniegan de la expansión de los derechos individuales de naturaleza social -siempre que no impliquen acumulación creciente de propiedad privada-, porque así la única manera de obtener esos derechos será solicitándolos del todopoderoso y capitalista Estado. Los enormes impuestos -y también las frecuentes confiscaciones, durante la triste historia del socialismo- han confirmado lo cómodo que se siente el Estado socialista administrando el capital ajeno y, desde esa plataforma, graduando el otorgamiento de derechos.
Por supuesto, los liberales han enfrentado a los socialistas haciendo de la capitalización individual el dogma de todas sus políticas. De todas, mucho más allá de las AFP e isapres. Propiedad irrestricta y libertad sin límites, esas han sido las propuestas del liberalismo duro, las auténticas metas de una humanidad supuestamente evolucionada, caiga quien caiga.
A un polo se le ha opuesto el otro, y en medio de esa disputa, son dañados tanto el capital como el individuo.
Dañados, porque ni bajo el control del Estado ni dejadas a la determinación genética de los más aptos (los libros de Y. N. Harari, por ejemplo, están llenos de ideología evolucionista) podrán las personas hacer uso digno de la riqueza material. Digno, es decir, personal y, por lo tanto, social.
Solo reconociendo que en la persona humana la trilogía cabeza, capacidad y capital expresan lo mismo, se la puede proteger tanto del control estatal como de la prescindencia normativa. Cada cabeza es capaz de acumular y, también, de darse perfecta cuenta de que el capital no es más que un medio, porque la vida es mucho más que genes, que especies, que selección.
La subsidiariedad activa -esa que tanto echan de menos algunos intelectuales- ha sido la clave para articular adecuadamente persona, capital y sociedad. Y en Chile, desde 1974, está plenamente presente en esta materia. Como nuestros derechos no son independientes de nuestros deberes, la ley ha entrado legítimamente en ciertas esferas muy frágiles de nuestras vidas y nos ha obligado a ahorrar. Lo ha hecho no solo para ayudar la debilidad con que a veces ejercemos nuestros derechos, sino también para cumplir con un deber: prever.
Mirar hacia adelante es una actividad personal apoyada en el capital que el socialismo combate con entusiasmo, porque impide que el Estado controle toda la vida, de comienzo a fin y, además, porque abre a la persona a su trascendencia más allá de este mundo (y cómo les cuesta a los socialistas aceptar esa apertura). De paso, los liberales evolucionistas prefieren que haya quienes lo pierdan todo, con tal de que resguarden su aparente derecho absoluto a decidir sobre lo absoluto y, de paso, se compruebe que no eran precisamente los más aptos y que convenía su extinción
Cuando Hobbes discurrió una "solución" intermedia -la renuncia a los derechos absolutos para obtener del Estado absoluto la seguridad absoluta-, no hizo más que pegar dos piezas falladas: determinismo materialista y estatismo total.