Difícilmente un solo evento podría haber provocado la caída de Nicolás Maduro, y que otro, por sí solo, fuese capaz de contener la amenaza nuclear de Corea del Norte.
Era previsible que la reunión en Cúcuta, en la frontera entre Colombia y Venezuela, no alcanzara las repercusiones esperadas: no hubo manifestaciones incontenibles para ingresar la ayuda humanitaria y no se concretaron masivas deserciones de militares bolivarianos. De los más de mil generales del Ejército venezolano, ninguno desertó.
El otro acontecimiento de estos días, en Hanói, suponía que Donald Trump y Kim Jong-un acordarían la desnuclearización de Corea del Norte. Abruptamente los líderes retornaron a sus países en medio de desacuerdos.
Las elevadas expectativas creadas por ambos eventos fracasaron. En cada uno debió haber menos protagonismo y mejor preparación. Se perdieron buenas oportunidades.
Al menos, en uno y otro caso, no hay retrocesos que lamentar: no aumentaron las tensiones. Pudo haber muchos muertos por la posible represión venezolana para impedir el ingreso de la ayuda en Cúcuta. Fue lo más arriesgado de la apuesta. A la vez, ante la falta de acuerdo con Trump, Kim pudo haber reaccionado retomando pruebas nucleares y lanzamientos de misiles. Felizmente eso no ha ocurrido.
Que fracasen cumbres presidenciales no es novedad. Las primeras entre Reagan y Gorbachov fueron infructuosas. Luego convinieron importantes acuerdos sobre misiles. Más adelante se desmoronaron Gorbachov, el imperio y el partido comunistas soviéticos, la subordinación de los militares y el Muro de Berlín. Antes, más eficiente fue el reservado proceso diplomático dirigido por Kissinger que culminó con la reunión entre Richard Nixon y Mao, y el restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y China.
Las soluciones de crisis prolongadas, como las provocadas por el régimen de Maduro y el de Corea del Norte, no son instantáneas, no hay momentos únicos ni mágicos; requieren de procesos persistentes, en varios frentes.
Parece que el expresidente, autócrata de Venezuela, está en condiciones de hacer finalmente honor a su apellido: está maduro para ser defenestrado y pronto. Dependerá de aprovechar nuevas oportunidades para la unidad opositora de su régimen; de la división de su base de poder, los militares; del aislamiento internacional, diplomático y económico, y de que Estados Unidos descarte la intervención militar, que podría desarticular todo.
Chile no tiene cómo contribuir ante una eventual crisis provocada por Corea de Norte; solo sufriría las graves e imprevisibles consecuencias para la interrupción del comercio en su principal mercado, el asiático. En Venezuela, en cambio, con la que no hay impacto económico alguno, podemos y debemos influir sin estridencias para facilitar, con otros gobiernos, que se logre lo que conviene a nosotros, a los venezolanos y a todo el continente: la caída del régimen de Maduro y una transición pacífica a la democracia.