"Hay bullying pesado", bromea María Luisa Godoy sobre la baja nota puesta por el público a la canción que representa a Cuba en la competencia internacional. "Mejor me voy a sacar esta cuestión", anuncia Martín Cárcamo al tiempo que se deshace del sonoprompter -el aparato auditivo que lo comunica con la sala de dirección-, porque quiere pedirle a Sebastián Yatra que cante un par de temas más tras su homenaje a la diáspora venezolana en el escenario de Viña del Mar. Godoy y Cárcamo, los dos animadores que debutan en este escenario y que eligieron partir la versión número 60 del evento con una alocución política, intuyen que el público que tienen delante suyo no es el habitual del Festival.
Aunque en la época del big data saber quiénes son las 15 mil personas que llegan cada noche hasta la Quinta Vergara es una posibilidad cierta, la dupla de animadores ha ido poco a poco aprendiendo a leer en vivo a la cosmopolita audiencia que tienen delante de sí. La localía nacional -es evidente- ya no se nota ni en los letreros que buscan a las cámaras de TV. Es así como ambos, con sobrada experiencia en estudios de televisión y ante públicos masivos, han avanzado juntos -muy juntos- en esta lección que -de ser bien rendida- puede dar a sus carreras un futuro perfil internacional.
La primera noche era evidente el nerviosismo de ambos. El de ella se medía en decibeles y el de él, en cómo su postura transmitía contenida emoción. Lo más claro era la necesidad que tenían uno y otro de sentirse al lado: ya sea del brazo o de la mano. Escasamente se dejaron de tocar. Buscaban sus manos a ciegas cuando hablaban a la cámara en los primeros minutos, pero en la jornada de anoche ya bailaban desatados en medio del jurado al ritmo de Marc Anthony.
Así, la teatral forma en que lograron sortear la hoy cuestionada tradición del beso entre animadores, pidiéndose mutuamente el consentimiento para hacerlo, ha ido ganando legitimidad a medida que avanza la performance de la dupla. Entre ellos la complicidad es real.
Las pruebas verdaderas de María Luisa y Martín, entonces, no serán por cómo se dé el fiato entre ellos o por cómo manejar al público que cada noche llega hasta el festival. Ellos ya se conocen. Y los espectadores se leen con solo mirar a los artistas de cada noche y las banderas que pueblan el lugar.
El desafío de estos animadores -y de los que están por venir- es darse un lugar sobre el escenario más allá del oficio y la simpatía que, sin duda, transmiten. Es, por ejemplo, revisar concienzudamente los libretos para no ser desmentidos por los artistas -Raphael le precisó a Cárcamo que todavía faltaban dos años para que su carrera cumpliera 60 años-. Y sobre todo es saber cómo manejar un comediante en apuros -como Jani Dueñas- o sobrexcitado -como Dino Gordillo- que se tomó el evento artístico que pretende convertirse en el más importante de América Latina para darse un gusto personal. Ahí está la diferencia entre oficio y profesión. Entre ser provincia o ser capital. Entre una carrera local o internacional.