En los momentos en que escribo estas líneas, están transmitiendo una arenga del presidente Nicolás Maduro a las tropas del ejército en Angostura, Venezuela. Escucho su retórica "revolucionaria", y me produce náuseas. Es el lenguaje degradado, manipulado, convertido en propaganda, consigna y amenaza. El lenguaje en su grado más bajo, más vil. Esa retórica revolucionaria ya la habíamos escuchado antes, pero esta vez esta se emite por la boca de un hombre ignorante, sin carisma, ramplón, que intenta emular a un Chávez o a un Castro, pero que es una versión decadente y patética de estos. Pero es la misma jerga, el mismo mantram demencial de viejas y ya apolilladas consignas que, dichas por él, se acercan a la parodia de ellas mismas.
¿Es Maduro un payaso, un demente salido de la nada, o un subproducto de la revolución latinoamericana? En algún momento pude creer lo primero, pero hoy tengo la certeza de lo segundo. Maduro es el rostro más feo, menos glamoroso, de la retórica revolucionaria, así como Fidel era la cara glamorosa y seductora, e incluso hipnótica de ella. Pero Maduro no nace de la nada, se alimenta del mismo veneno que se aloja en el corazón de viejas prácticas estalinistas. El estalinismo, lo primero que hace es apoderarse del lenguaje, para manipular. Por eso la persecución implacable a los poetas que sostienen dentro del lenguaje mismo una resistencia a los usurpadores "iluminados". Pienso en la gran Anna Ajmatova, memoria viva de la poesía rusa en un tiempo de terror en que otro poeta, Gumiliov, era obligado a cavar su propia tumba ante sus futuros ejecutores, y otros se suicidaban o eran internados en los Gulags.
Muchos de mi generación nos dejamos seducir en los 70 por esa "música" revolucionaria. Nuestro enemigo más inmediato era otro: la dictadura militar en Chile. Pero algo nos salvó e inmunizó de no ser completamente contaminados: recuerdo que en las reuniones de una célula clandestina en la que teníamos que leer unas "cartillas educativas" con textos de Lenin y Marx, preferíamos leer poesía en voz alta: T. S. Eliot, Lezama Lima, Lihn. ¡Nada más lejos de la "literatura comprometida" que esos poetas! Pero el "virus" totalitario enfermó a muchos poetas que abrazaron ingenuamente y sin cuestionamientos a la "madre revolución", o guardaron un silencio público cómplice, como Neruda. Solo un poeta de la lucidez y la independencia de Enrique Lihn, quien vivió unos años en La Habana, tuvo el coraje de no dejarse hechizar por los cantos de sirena ni los monólogos interminables de Fidel Castro en la Plaza de la Revolución. Hay versos de "La Musiquilla de las pobres esferas" que son muy elocuentes al respecto. En "Mester de juglaría", por ejemplo, dice: "Televidentes escuchábamos al líder/ yo también caía en un especie de trance (...)". Pero termina afirmando: "que otros, por favor, vivan de la retórica/ nosotros estamos simplemente ligados a la historia (...) las profecías me asquean y no puedo decir más". O, en el poema "Revolución": "no toco la trompeta ni subo/ a la tribuna de la revolución/ prefiero la necesidad de conversar entre amigos".
Ser un poeta de izquierda y ser capaz de mantener esa distancia crítica por supuesto que tuvo costos para Lihn. Pero él se fue convirtiendo para nosotros en un referente ético y muy pronto los pósteres de Fidel Castro o el Che Guevara fueron reemplazados por las fotos de los poetas vivos y muertos que han dado su vida por impedir que la Revolución o cualquier forma de fanatismo político (de derecha o izquierda) o religioso se apodere del lenguaje. Sería significativo, por eso, que poetas y escritores chilenos y latinoamericanos se pronunciaran públicamente en solidaridad con el pueblo venezolano. Ellos viven con y desde la palabra, y el totalitarismo es el peor enemigo de la palabra viva, libre. Si lo hacen, estarían respondiendo a la eterna pregunta de Hölderlin: "¿para qué poetas en tiempo de miseria?".