Nancy ha sacado adelante, ella sola, a sus dos hijos. Algunos dirán que son unos niñitos
nerd: andan bien peinados, con los zapatos lustrados, la camisa adentro y hacen todos los días las tareas. Incluso, aunque su mamá no terminó 4º medio, los ha llevado a varios museos. A diferencia de sus vecinos, que son tan pobres como ellos, en su casa no hay playstation, y existen horarios para acostarse y levantarse, también los fines de semana. Parece que a los niños les gustó el sistema, porque ambos son los primeros del curso, en 7º y 6º Básico.
Nancy ha hecho este esfuerzo porque quiere que sus hijos estudien en el mejor liceo que sea posible. Sabe que, si lo logra, sus nietos podrán ir a uno de esos colegios con nombre extranjero y altísimos puntajes, donde los políticos de izquierda suelen enviar a sus propios hijos. Como ella ha dejado la vida por sus niños no quiere que se los tomboleen.
El caso de Nancy (en realidad, no se llama así, cambié su nombre) es muy real, tan real como el de esa mayoría de chilenos que apoya la iniciativa de corregir la ley de educación que nos legó Bachelet. Es más, aunque sus papás y mamás apoyaron el 70 a Allende y creyeron por un tiempo en el proyecto de la Unidad Popular, ella votó gustosa por Piñera en las elecciones pasadas.
En las discusiones que hemos presenciado estos días sobre el proyecto de ley de admisión justa, se nos dice que hay que darle una oportunidad a la ley de Bachelet, dejar tiempo para que se evalúen sus consecuencias. Pero dudo que esas razones convenzan a Nancy: no está dispuesta a que hagan experimentos con sus propios hijos.
Los expertos dan cifras a favor de una y otra postura, pero esta discusión apunta más al fondo. Porque aunque ni el Presidente Piñera ni la ministra Cubillos son teóricos políticos, lo cierto es que han apuntado a problemas filosóficos de primera magnitud. Veamos algunos.
La primera cuestión es: ¿constituye Nancy un ejemplo? ¿Debe el Estado promover entre sus ciudadanos determinados modelos o debe actuar como si cualquier proyecto de vida diese lo mismo? ¿Hay que promover que existan muchos niños como los de Nancy, que puedan ser imitados por los demás o, en nombre de la igualdad (una igualdad que solo se le aplica a la gente pobre) debemos quitarles los patines a esos niños que dedicaron más horas a los cuadernos que a las teleseries y hoy poseen una ventaja sobre el resto?
Tenemos que sentarnos a discutir. Hay que analizar, por ejemplo, qué constituye efectivamente una discriminación arbitraria, y no transformar esa palabra importante en un arma arrojadiza, que emplea cierta izquierda para sentirse dispensada de entregar argumentos ante debates complejos.
Las preguntas importantes no se agotan allí. Cuando hablamos del mérito, ¿nos restringiremos simplemente al alumno individual o reconoceremos el papel de la familia? Los hijos de Nancy no serían lo que son actualmente sin el esfuerzo de su madre. En este sentido, han sido beneficiados por una herencia, pero ¿se trata de una herencia que debe ser considerada sospechosa o al menos irrelevante? Dicho con otras palabras, ¿es la familia un actor social o, como pretenden ciertos izquierdistas y determinados liberales, solo cuentan el Estado y el individuo atomizado?
De más está decir que, si aceptamos la propuesta del gobierno, no todo se resuelve con cuestiones de principio. Queda por delante una ardua tarea, para determinar cómo se mide ese mérito; de qué manera podemos evitar las distorsiones que derivan del hecho de que ciertos colegios "inflen" sus notas, y un sinnúmero de otras cuestiones prácticas.
También habrá que resolver el problema que surge por la circunstancia de que no todos los padres son como Nancy. Los hay negligentes, o que por distintas razones no están en condiciones de entregar a sus hijos la atención que requieren. Esos niños no deben ser olvidados, pero no podemos construir nuestro sistema educacional sobre el falso supuesto de que todos los casos son patológicos. El modelo debe estar centrado en fomentar y proteger los casos como el de Nancy, y proporcionar, al mismo tiempo, un auxilio eficaz a quienes no alcanzan ese nivel. Lo otro es poner el mundo al revés. Y si la izquierda no entiende esto, no debería sorprenderse si el electorado vuelve a darle la espalda en las próximas elecciones presidenciales.
Termino con un caso en el que pocos parecen haber reparado. Hay en Chile muchos colegios privados subvencionados que se dirigen a los más pobres de los pobres. Es gente que hace las cosas con cariño y bien, y por eso reciben el apoyo de muchos ciudadanos responsables a través de las donaciones y el voluntariado. Sus sostenedores y profesores trabajan con un enorme sacrificio, pero lo hacen porque quieren ayudar a los más vulnerables. Ellos no están allí para que el dichoso algoritmo aleatorio les meta en su colegio a niños que tienen más oportunidades en la vida y deje fuera a quienes más lo necesitan.