Agnès Varda es una verdadera reliquia de la Nueva Ola francesa. Estuvo entre sus precursores con una primera película en 1955, se casó con el apreciado Jacques Demy y formó filas en todas las causas del cine de ruptura de los años 60. Su largo
Cléo de 5 a 7 la situó como la única mujer cineasta en la pandilla que golpeaba al mundo con
Los 400 golpes,
Sin aliento,
París nos pertenece o
El signo del león. En los 60 años siguientes, no ha dejado de fotografiar y filmar, sus dos pasiones más sistemáticas.
Cuando rodó
Visages villages ya cumplía 88 y aceptó la idea de unirse al artista callejero JR, un treintañero que interviene fachadas y muros con fotografías de enorme tamaño. El proyecto era totalmente vardiano: se trataba de recorrer pueblos franceses -muchos de ellos visitados antes en sus películas- y retratar caras, infinitas caras, rostros anónimos en cuyas expresiones Agnès Varda siempre se las ingenió para encontrar ese tipo de calidez que solemos llamar humanidad.
JR es enormemente ingenioso para escoger los lugares y formatos de sus retratos, desde un largo muro donde une muchas caras con una
baguette infinita hasta una esquina donde solo está sentada una inmensa mujer. Sus obras son, además, precarias: una figura instalada en un gran búnker de artillería desaparece en una sola noche con la subida de la marea.
Sin embargo, es también una película para cinéfilos. En medio de numerosos desconocidos, Varda reconoce las huellas de su propia obra, como confirmación de que esas películas configuran un arte que sigue vivo. En contra de eso solo va, como siempre, Jean-Luc Godard, el intelectual despiadado. Como JR usa gafas oscuras que jamás se quita, igual que Godard en los 60, la cineasta recuerda una pequeña cinta bufa que rodó con Godard y Anna Karina en 1961,
Les fiancés du pont Mac Donald, cuyo subtítulo era "Desconfíe de las gafas oscuras". Casi 60 años más tarde, la visita a Godard es el único momento amargo de la película y puede ser lo más brutal que jamás se haya dicho acerca del grado en que Godard se ha convertido en un bufón de la crueldad.
En
Visages villages hay una enorme autoindulgencia, que por momentos es difícil de tragar. Varda sabe -como JR, como el espectador- que ya está muy vieja. A veces parece que pidiera perdón. Pero un montaje ingenioso, picaresco -uno de sus rasgos de estilo, en la ficción y en el documental- recuerda a cada momento que allí está Agnès Varda, la mujer del pelo cano con una banda rojiza, la extravagante, la que se filmó a sí misma en todas las edades posibles, con su humor chispeante, su nostalgia creciente y su conciencia de finitud.
Visages villagesDirección: Agnès Varda y JR.
Con: Agnès Varda, JR, Jeannine Carpentier, Clemens van Durgern, Marie Douvet, Jean-Paul Beaujon, Nathalie Schleehauf, Vincent Gils.
94 minutos.