SIGUIENDO LA TENDENCIA DE LA INDUSTRIA, de no dejar película alguna sin su correspondiente secuela/ remake , llega "El regreso de Mary Poppins", que es un poco de ambas. Ambientada veinticinco años después de la película original, retoma la historia de los hermanos Banks, ya crecidos y con problemas no solo de gente adulta, sino de gente adulta que enviudó y está a punto de perder la casa familiar por los estragos de la Gran Depresión. Con tanta pérdida, son los tres hijos pequeños de Michael (Ben Wishaw) quienes más necesitan de los servicios de cierta niñera mágica. Más pronto que tarde, Poppins, encarnada esta vez por Emily Blunt, aparece flotando y haciendo gala de sus conocidos poderes mágicos para ordenar, hacer aparecer mundos y montar números musicales con temática de moraleja, encauzando así las vidas de estas pobres almas en desgracia. Con la ayuda intermitente de Jack (Lin-Manuel Miranda), un farolero equivalente al Dick Van Dyke de la original, la historia serpentea de número musical en número musical, alargando quizás demasiado un chicle cuyo único sabor es la nostalgia, no solo por la película "Mary Poppins", sino también por una época en que el cine buscaba esa "magia" colorida servida únicamente para el lucimiento del carisma de sus protagonistas. En este caso, esto es tanto fortaleza como defecto, porque por mucho encanto que tenga Emily Blunt, la historia de apremios burocráticos de los Banks no aguanta ni tanto espectáculo ni tanto minutaje. Si se juzga por el valor de cada viñeta y no por el todo, la película es un ejercicio que dejará satisfecho a cualquier fan de la marca. Si no, no habrá suficientes cucharadas de azúcar para bajar esta medicina.
"Mary Poppins returns". EE.UU., 2018. 130 minutos, todo espectador.