El tiempo es escaso. Considerado en sí mismo, por supuesto nunca lo es, puesto que se trata de un flujo permanente (cuya contabilidad anual se hizo apenas anteayer); pero el tiempo humano, el de cada uno y el de la sociedad, a veces escasea, se vuelve poco, se escapa, se escurre.
¿Cómo puede esto ocurrir? ¿Cómo puede ser que el tiempo, que nunca vuelve ni tropieza, se haga escaso?
Lo que ocurre es que el tiempo nunca escasea en sí mismo, sino que lo hace en relación a un proyecto. Por eso el tiempo en la vida humana puede ser lento y largo, como si se caminara en un pantano (es lo que ocurre en el aburrimiento) o ser veloz y breve como si volara (es lo que ocurre con las tareas que encienden el entusiasmo).
Lo que se dice del tiempo en la vida humana vale también, por supuesto, para la política.
El tiempo de Piñera
Al revés de lo que pudiera haberse pensado a la luz de la personalidad de Piñera (ansiosa, llena de pulsiones sin sosiego, que se manifiestan de manera física), este, su segundo gobierno, parece no tener premura, como si para él el tiempo no escaseara. Si se mira el año que pasó, la sensación de urgencia no existió. Esto no es producto de la personalidad del presidente (si no que lo digan sus uñas, víctimas permanentes de la ansiedad) sino que es el resultado de la escasez de proyectos con los cuales medir el transcurrir, lento o rápido, del tiempo.
En efecto, el segundo gobierno del Presidente Piñera parece carecer de proyecto. Tiene ideas, por supuesto, ocurrencias varias, reacciones prontas a esto o a aquello; pero proyecto en sentido propio, es decir, un conjunto de metas atadas a una cierta narrativa que ordene las expectativas y haga escasear el tiempo, hasta ahora no tiene. Es verdad que al iniciar su primer año, el año que concluyó, insinuó una narrativa en torno a la clase media, en derredor de las expectativas de esos nuevos grupos que han cambiado sus condiciones materiales de existencia. Sin embargo, prometedora y todo, esa narrativa pareció más bien un bosquejo suficiente para un discurso presidencial, pero del todo insuficiente para un proyecto político.
Si se lo mira con detenimiento, el segundo gobierno de Piñera es extraño. No tiene un proyecto que aglutine e inspire a su sector; tampoco un liderazgo carismático que imante a los ciudadanos.
Parece la simple inercia de un triunfo.
La disputa en la derecha
Lo anterior explica el hecho que en la derecha se esté anidando una disputa, todavía leve pero en curso de acentuarse, por la hegemonía; una batalla, por llamarla así, por imponer las orientaciones fundamentales que han de guiar el quehacer gubernamental y la vida de la derecha. Se ha reparado poco en el hecho de que en la derecha en vez de haber una disputa por la sucesión en un proyecto de largo plazo, exista, en cambio, en su interior, la pretensión de inspirar la agenda gubernamental. El apellido Kast resume bien ese fenómeno de un gobierno en el que cada uno de los Kast es, de algún modo, un ejemplo de los extremos que se imaginan organizando la agenda de la derecha. Uno, con los viejos temas del orden, la nacionalidad, la familia; el otro, tratando de cuadrar el círculo entre la identidad social de la derecha y una agenda liberal deslavada, sin tono.
Es sorprendente que al cabo apenas de un año, el gobierno -el segundo gobierno de la derecha en una década, un fenómeno inédito en la historia política de Chile- en vez de contar con un proyecto que lo apure y haga que su tiempo escasee, parece estar situado en una meseta esperando que los asuntos de importancia aparezcan en el horizonte.
Pero nunca ocurre así. En política, como en la vida humana, los proyectos no aparecen, se inventan.
La pregunta es entonces, ¿qué desafíos debieran organizar la agenda gubernamental y de la derecha en el 2019?
No a la reacción inmediata
Uno de los peligros que acechan permanentemente al Presidente Piñera (fruto, seguramente, de una infancia donde los hermanos disputaban con ahínco la atención del padre) es dejarse llevar por la marea inmediata de la opinión pública, dejando así que la agenda gubernamental sea capturada por las inevitables vicisitudes de la vida social. Piñera debiera tener en cuenta que un cierto malestar generacional seguirá encontrando múltiples catalizadores -desde la gratuidad a los temas de identidad- y que esa estela será, por muchos años, parte de la esfera pública. Pretender que un gobierno estructure su proyecto en derredor de esa estela en el empeño de apagarla de una sola vez, sería un error. Las nuevas generaciones seguirán navegando en una dialéctica de bienestar y desilusión.
Atender a las pulsiones básicas de la vida social
Uno de los fenómenos que la sociedad chilena está insinuando y que las encuestas acusan cada vez más, es el renacer del temor físico, el temor por llamarlo de alguna forma, hobbesiano (por eso del homo homini lupus ). Esto parece ser así especialmente en los nuevos grupos medios que carecen del arraigo del barrio o del cobijo de la Iglesia y de todas esas formas de control social que en las sociedades tradicionales enseñan a qué atenerse. El resultado es que el miedo al otro -a la delincuencia, al inmigrante, al roce con el extraño- principia a aparecer. Un gobierno, especialmente de derecha, debe ser capaz de gestionar ese miedo y aplacarlo. Si no lo hace, dejará que se instale el peligro del populismo, ese virus que concibe a la política como el cultivo de las pulsiones más básicas de la vida social.
Y si eso ocurre, la derecha, pero también la izquierda, serán sus víctimas.
La modernización del Estado
La derecha siempre ha tenido como una de sus obsesiones (una obsesión que no alcanza a ser proyecto) la modernización del Estado. Pero modernizar el Estado va mucho más allá de la tecnificación de sus procesos y el ahorro de costes de transacción, como hasta ahora ha solido presentársele. La modernización del Estado consiste, ante todo, en acabar con la anomia que han exhibido al final del año, y casi sin pudor, los cuerpos armados. El Estado moderno es el ideal de una agencia sometida a reglas uniformes, cuyo quehacer es predecible y controlable, que universaliza los intereses sociales en vez de subordinarse a intereses particulares. Todo eso en Chile, según se sabe ahora, brilla por su ausencia y aquí el gobierno tiene una tarea que podría ordenar en buena medida el tiempo de que dispone. De no hacerlo, la tradición estatal en Chile -una de las razones de su excepcionalidad en la región- se vendrá al suelo.
Se suma a la anterior, el desafío de crear un sujeto colectivo en los pueblos originarios (mediante un padrón electoral y escaños protegidos) que permita formar su voluntad e incorporarlos al sistema político.
Así como hay que retomar la vieja idea del Estado moderno (la idea de principios del veinte que acompañó el surgimiento de la sociedad de masas), al mismo tiempo se debe abandonar la idea del Estado como la expresión de una cultura uniforme.
Aquí Piñera tiene una tarea histórica de la máxima importancia.
Adelantarse a las flechas del destino
La nueva cuestión social en Chile -la aparición de los grupos medios que disfrutan de un bienestar hasta ayer impensado- será el campo de batalla de la política chilena en los años que vienen. Esos grupos, que hoy incluyen más del sesenta por ciento de la población, demandan protección y reconocimiento.
Protección contra la vejez y la enfermedad -las flechas infalibles del destino humano- y reconocimiento de sus trayectorias y sus formas de vida.
Lo primero exigirá de la política el tránsito desde una sociedad predominantemente contributiva a una de tinte más universalista, donde el riesgo sea hasta cierto punto compartido. Lo segundo demandará el abandono del buenísimo -esa tontera- como inspiración de la política social. Los grupos medios se sienten acreedores, no necesitados. Atender a esa autocomprensión de los nuevos grupos medios es fundamental para brindarles reconocimiento a sus trayectorias vitales.
La historia es un revenant
A inicios del siglo veinte, junto con la consolidación definitiva del Estado, se planteó como desafío la cuestión social, la incorporación del proletariado urbano. A inicios del veintiuno, un problema de cariz similar aparece. La modernización del Estado y la incorporación de los nuevos grupos medios.
El tiempo, se dijo al inicio, escasea en atención a los proyectos. Quizá habría que agregar que cuando no hay proyectos, es la historia, bajo la forma de un
revenant, la que se encarga de apurar el reloj.
Carlos Peña