Los Cuentos reunidos, de Alberto Fuguet, recién publicados, son un suceso literario por numerosas razones: en ellos se puede seguir la exitosa carrera de uno de los escritores chilenos más significativos del pasado reciente; todos, cual más, cual menos, exhiben la trayectoria de quien siendo muy joven, desarrolló un estilo inimitable; muchos constituyen un aporte al ostentar la peculiar escritura del autor, y por último, estos 20 relatos muestran los momentos estelares de su narrativa, aunque también presentan altibajos y hasta historias que podrían ser prescindibles. Esto último es debatible, porque en conjunto, los
Los Cuentos reunidos son una prueba de la vigencia de este prosista.
Quizá lo más interesante de este compendio sea el extenso prólogo que Fuguet elabora para el libro: lo habitual es pedirle a otro colega que lo haga, pero en este caso él mismo acomete la tarea con vigor. El resultado es una pieza singular, sin perjuicio de que Fuguet arregle cuentas pendientes con un crítico que, hace casi 30 años, lo despedazó a raíz de
Mala onda, su primera novela y que ni una sola palabra diga sobre quienes celebraron y pusieron por los cuernos de la luna a esa y otras ficciones suyas. Con todo, asistimos a la génesis de
Sobredosis, el libro que lo lanzó a la fama y que pese a la escandalera que al comienzo suscitó, hoy sea, tal como no se cansa de subrayarlo su creador, lectura obligatoria en colegios y universidades. A tres décadas de su aparición, estas piezas mantienen la frescura, la garra, el talento especial de Fuguet para captar el lenguaje juvenil, los peculiares giros verbales de la adolescencia criolla, la vitalidad en los diálogos, en fin, ese don tan difícil de poner por escrito lo que antes era muy arduo de hacer en la literatura nacional. Las dos intrigas sobresalientes de esta antología son "Deambulando por la orilla oscura" y, muy en particular, "Pelando a Rocío", basada en un hecho real. Este último, el más dilatado de los episodios de
Sobredosis describe el encuentro de dos mujeres jóvenes, quienes se juntan en un bar de moda en los 80, para, tal como lo indica el título, hablar en torno a Rocío Patiño, una examiga que se fue por la senda equivocada -¿o quizá correcta?-, habría entrado a una organización de extrema izquierda y terminó muerta o desaparecida, al parecer por obra de los servicios de seguridad, si bien esa alternativa queda poco clara. Quien lleva la voz cantante es la resentida dama que parece obsesionada por la suerte de la víctima y aquí Fuguet lleva a cabo un verdadero
tour de force al entregar la crónica solamente a la opinión de esta persona, lo que no impide que deduzcamos el diálogo que se produce entre ambas interlocutoras, cada vez más animadas por el trago y por la situación de encierro en que se hallan. Con todo, "Pelando a Rocío" expone rasgos que serán endémicos en la futura producción de Fuguet: uso indiscriminado de la jerga coloquial, tics idiomáticos que nunca abandonará, empleo abusivo de anglicismos cuando hay palabras que en español significan lo mismo.
Cortos, un volumen que apareció mucho después que
Sobredosis, revela a un Fuguet más maduro, más consciente de su oficio, quizá incluso más literario. "No fue planeado, pero es un libro que me gusta", nos informa el novelista. Asimismo, revela que "Santiago" le parece uno de sus argumentos con mejor título, que le gustó la posibilidad de que el protagonista se llamara igual que su ciudad, que por entonces estaba releyendo a Manuel Puig, que le atraía la idea de reivindicar a la urbe que le ha fascinado y que seguirá haciéndolo y que, por el año 2003, era un lugar común odiar a nuestra capital. "El Far West" se vuelve a inspirar en Puig, en un aviso de la revista "Paula" y en otro tema que siempre ha atraído a Fuguet, a saber, las tragedias de familias disfuncionales con odios, rencores, abogados y violencia intrafamiliar. En cambio, "Perdido" fue concebido de una tirada, a mano y a bordo de un avión. Se trata de una precuela a
Missing, la extraordinaria investigación acerca del tío de Alberto, un tipo a primera vista fracasado, oculto en algún lugar nada atractivo de Estados Unidos y a pesar de que hoy esos asuntos le interesan poco a Fuguet, queda el "testimonio de una predilección acaso enfermiza con el
glamour del
loser, de aquel que todo lo hizo mal. "Road Story" tuvo una primera versión en 1995 y se llamó inicialmente "Boomerang", que no fue incluido en Cortos y que Fuguet decidió incorporarlo en la sección final de este ejemplar. "La hora mágica", que cierra el segundo ciclo dedicado al género breve, sería una especie de guión de mediometraje, es un tributo de nuestro literato al gran cineasta francés Éric Rohmer y tuvo un accidentado recorrido, pues fue leído en el anfiteatro del Museo de Bellas Artes, donde el organizador le dijo que poseía características teatrales por lo que Paulina García se hizo cargo de la futura dirección que, según el mismo Fuguet, fue un desastre.
"Cuentos recuperados" es la tercera parte de este tomo y contiene sorpresas muy gratas y otras no tanto. Entre las primeras destaca "Primos", un texto que data de 1985, que "soy yo en la Escuela de Periodismo", que a lo mejor es lo primero que Fuguet preparó sin imitar a Bukowski y que fue descubierto más de tres décadas después gracias a sus memorias, llamadas VHS. En suma,
Los Cuentos reunidos es un texto indispensable para entender a una personalidad libresca como Alberto Fuguet.