¿Es razonable o de sentido común mofarse de la máxima autoridad del país en una actuación humorística, como lo ha hecho un imitador durante el gobierno pasado y con el actual, no hace mucho? ¿Es idóneo, cívico, ridiculizarla en un espectáculo transmitido televisivamente a todo chile y el extranjero?
El humor ha sido estudiado seriamente. Captó el interés de insignes pensadores o estudiosos desde la antigüedad, y en la medida que la risa es lo más corriente y está presente en diversas culturas, no hay sociedad sin humor. Sin embargo, no existe una definición por cuanto es una expresión humana multidimensional. Ha sido tema de filósofos, antropólogos, sociólogos, psicólogos e historiadores y los respectivos análisis aportan la perspectiva que les es propia; incluso el humor se define de manera distinta en diccionarios según la nacionalidad del autor. Por su parte, es una manifestación cultural que permite entender, históricamente, formas de pensar y sentir.
Pero quedemos ahora con que el sentido del humor es la habilidad de advertir lo cómico o divertido que sucede a nuestro alrededor o bien esa facultad de hacer o decir cosas que provoquen risa. En la antigüedad no tuvo este significado, solo fue entendido así desde el siglo XVII.
No asociemos necesariamente la capacidad para percibir y crear humor a un espectáculo o a la actuación de un cómico, puesto que vale para la vida cotidiana: descubrir lo lúdico, lo absurdo de ciertos sucesos, lo chistoso en algunos cuentos o vocablos, preguntar y responder con talento humorístico, no tomarse personalmente demasiado en serio y reírse de sí mismo. Hay quienes sostienen que esta aptitud y práctica habitual convierten el sentido del humor en una actitud ante la vida y, en cuanto tal, se puede cultivar éticamente basado en valores positivos, para que la conducta sea armoniosa con quienes nos rodean.
El humor contribuye a mitigar fricciones sociales, ideológicas o religiosas, a que los reproches formulados con ingenio se reciban de mejor tono, a salvar situaciones conflictivas riéndose de sí mismo, amén de ser signo de humildad. Ciertos relatos o monólogos divertidos nos transportan a los quehaceres corrientes, familiares, cosas que nos ocurren, señalándonos que determinadas prácticas pueden modificarse o mejorarse. Es decir, el humor posibilita criticar nuestras costumbres sociales o populares haciéndonos reflexionar acerca de cómo somos. Lo mismo ocurre cuando los chistes adquieren un rasgo chauvinista: los ingleses se ríen de los irlandeses, nosotros de los argentinos y ellos de nosotros. Humor que hace pensar en peculiaridades -malas o curiosas, la mayoría de las veces- que caracterizan a cada cultura. En todo caso, solo se fustigan imperfecciones o defectos que son generales, nunca personales.
Hay varios tipos de humor. Pero quiero referirme al peor -fuera del grosero-, ese que intenta perjudicar a una víctima, personal o colectiva, como reírse a partir de estereotipos, lo que revela intolerancia y hasta crueldad a veces. Al respecto, temas estudiados son aquellos chistes con contenidos de carácter racial o sexista. "Cómicos" que recurren a ellos -según autores- presuponen que su apreciación es compartida por los receptores; por eso muchas veces no consiguen la risa de toda la audiencia. En tales ocasiones es la razón o el sentido común lo que induce a limitar la risa, porque nos hace comprender la diferencia entre reír de alguien y reír con alguien. Y hay bufones que sabemos hacen chistes personalizados, mofándose explícitamente, lo que refleja aspectos de su personalidad y también de quienes ríen.
Vivimos una época de relativismo moral en distintos ambientes, donde humoristas vulneran la frontera entre el respeto y la irreverencia, entre la prudencia y la insensatez, como ha ocurrido con el imitador de marras. A la hora de producir risa, todo vale, haciendo caso omiso de ciertas convenciones y de principios éticos.