Por supuesto, si un objeto está en el extremo de la mesa, las posibilidades de que se caiga y se rompa son muy altas. Mientras más al centro, más seguridad: tremenda novedad.
Por eso, el lenguaje para descalificar a la auténtica derecha sigue una regla básica: repetir y repetir el conocido mantra: "es la ultraderecha". A veces se utilizan etiquetas de mayor densidad conceptual y, por eso mismo, menos eficaces ante las grandes masas, consumidoras de imágenes: "integristas" y "fundamentalistas" han sido palabrejas útiles para descalificar a ciertas élites ante otras élites, pero no producen un efecto masivo. Ciertamente, "racistas" y "homofóbicos" son términos mucho más eficientes para denigrar a los tales o a los cuales, pero por su carácter acotado a una sola cuestión, sirven poco con vistas al objetivo de generar un rechazo global.
Aparece, entonces, el dichoso apelativo: "ultraderecha o extrema derecha". Y el coro de comunicadores de izquierda (no de "ultraizquierda") repite el término de modo rítmico, y lo aplica al rival que vaya pasando, y lo subtitula en reportajes, y lo recuerda al introducir una entrevista; y se lo cree.
Pero como esa monserga también se gasta, entonces hay que echarle a la olla alguna dosis nueva de picante.
Para eso está disponible el analista que descubre que, en realidad, estamos en presencia de una "derecha neofascista". O sea, que no nos habíamos dado cuenta de que no es solo una extrema derecha, sino que, además, es neofascista. Y, de verdad, qué importa el "neo": lo que deja sentado el analista es que la derecha es fascista. Es más corto y directo, ¿no? Nada nuevo bajo el sol, desde Hemingway, Dos Passos, Gidé, Malraux y tantos otros compañeros de ruta del comunismo, algunos de ellos con un camino propio eso sí, después de que descubrieran cómo se comportaban en realidad las izquierdas en el poder. Y por eso mismo, el uso de una expresión tan pobre y falsa -¡fascistas!- parecía ya desterrado de las mentes lúcidas y radicado solo en gritones de patio y calle.
Ahora, gracias al aporte del analista, el coro de los comunicadores de izquierda cantará su nueva melodía y venderán millones de copias: "¡neofascistas, neofascistas, neofascistas!".
Lo notable es que, por una desviación mental perfectamente perceptible, cuando se refieren a las izquierdas, califican a sus integrantes históricos como "jóvenes idealistas" o "jóvenes combatientes", y a los de ahora los llaman "rebeldes asistémicos" o "anarquistas que reivindican derechos conculcados". No ha llegado ni se divisa aún el día en que ciertos comunicadores se refieran a ellos como "ultraizquierdistas neoleninistas".
Pero resulta que esos izquierdistas pretenden, en temas de soberanía, la disolución de las fronteras para el ingreso de inmigrantes y para la cesión de territorios al vecino aquel. Pero no, eso no le parece nada de extremo ni al fulano del micrófono ni a la zutana de la cámara.
Y vociferan a favor del aborto sin restricciones, lo que por supuesto, para aquellos comunicadores es un derecho femenino, jamás una medida que elimina a los niños por el extremo.
Y abogan con fuerza por la retirada de Carabineros de La Araucanía -y algunos, hasta de todos los "blancos"-, pero no, para comunicadores y analistas, ciertamente, en eso no hay nada de ultra.
Y quisieran disolver todas las identidades sexuales en los 112 supuestos géneros, pero sus entrevistadores los contemplarán embelesados. Al que defienda los caracteres del varón y de la mujer lo llamarán fascista; al que los disuelva, progresista. De ultra, obvio, nada.
Verdadera derecha: tranquila. Lo dijo Octavio Paz: "Un día u otro, la realidad desgarra los velos y reaparece".