La necesidad de postergar la elección de la UDI tiene algo de simbólico, como si una fuerza salida del fondo de su historia la invitara a confiar menos en tecnologías y recetas mágicas, y volver a lo de siempre: al lápiz y al papel. A nadie se le escapa que ese partido tiene problemas serios, que ha ido manejando (mejor dicho, postergando) con habilidad, aunque en estos años no han hecho más que crecer.
El primero es ajeno a su voluntad: se le murió su padre cuando era niña. Peor, se lo mataron. No se trata solo de que Guzmán era todo para la UDI y, como parecía que le quedaban muchos años por delante, no alcanzó a formar un sucesor a su medida. El asunto es peor, porque él proveía al partido de doctrina, tenía una respuesta inteligente para cada circunstancia de la historia, lo que era muy cómodo, pero sus reflexiones y su propia muerte se movieron en un contexto de Guerra Fría, que ya no existe. Nuestra actual izquierda no colecciona tanquecitos soviéticos.
Guzmán era un maestro de la acomodación, tenía un sentido único de la oportunidad (esto, aunque no lo parezca, es una alabanza). Con todo, no le dejó a su partido ninguna pista -porque era imposible en esa época- acerca de lo que debía hacer en un esquema de sociedad líquida, de feminismo, de populismo, de asambleísmo, donde cabe encontrar izquierdas libremercadistas y derechas proteccionistas. En el mundo de Guzmán todo estaba bien definido; ahora, en cambio, nos encontramos ante una completa mescolanza, donde nadie sabe muy bien qué está pasando, y los aliados dejaron de ser de "todo o nada". Así, uno puede estar de acuerdo con Felipe Kast en una cosa y con José Antonio en la siguiente. La gran pregunta que se hace la gente de la UDI es: "¿Qué habría hecho Guzmán en este caso?", y la respuesta no resulta fácil, por más que hayamos oído algunas claramente disparatadas. Jaime Guzmán era un hombre capaz de flexibilidades casi inconcebibles, pero había cosas en que no transaba.
Para colmo, la muerte de Guzmán fue tan impresionante que, de un día para otro, llegó mucha gente a la UDI. Pasó de ser un grupo de amigos que jugaban de memoria a transformarse en una organización gigantesca, donde hay casi tanta variedad como en el PPD, al menos si atendemos a ciertos sectores del partido. Creció rápido, y perdió identidad. Exactamente lo mismo que la DC unas décadas antes.
La solución fácil era cerrar los ojos ante estos dilemas y transformarse en una máquina de poder. Lo hizo con gran eficacia. En los últimos años, por ejemplo, una parte de ella se ha acercado a Sebastián Piñera -algo impensable hace dos décadas-, lo que le otorga cierta seguridad. Pero esta cercanía, aunque necesaria, no basta para resolver sus dificultades. En la misma lógica, ayer apostaron por Golborne y hoy miran con esperanzas los buenos resultados de Lavín en las encuestas. Sin embargo, nada de eso remedia ninguno de sus problemas.
Como todos nosotros, tarde o temprano la UDI tendrá que enfrentarse con las grandes preguntas existenciales: "¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿qué quiero hacer con mi vida?, ¿cuáles son mis sueños?, ¿en qué consistirá mi aporte al país?". Para esto necesita lápiz y papel.
Este panorama da para escribir un libro, donde uno pudiera preguntarse, por ejemplo, por qué la UDI abandonó las poblaciones. Ella es el mejor ejemplo de lo que mostró Catalina Siles en "Los invisibles": en Chile, los pobres dejaron de ser una prioridad. También se podrían describir ciertas contradicciones o, al menos, problemas no resueltos. Es verdad, por ejemplo, que la UDI requiere un recambio generacional. Parece raro que un partido que siempre se caracterizó por su juventud, hoy tenga el problema contrario, por no haber hecho de manera gradual los ajustes imprescindibles. Pero algunos han confundido esta necesidad, que nadie niega, con un cambio del ideario profundo del partido. Dicho de manera sencilla, quieren transformar a la UDI en una suerte de Evópoli más conservadora.
Otros reaccionan en sentido contrario. Piensan que la historia va por otro lado y se suben a un carro que no debería ser el suyo: tienen en su oficina chapitas con la cara de Trump y Bolsonaro, y ya nos están hablando de implantar en Chile prácticas rarísimas, como la ley del rifle. Sin embargo, ¿puede alguien decirme qué tienen en común esas figuras extranjeras con la venerable tradición republicana de la derecha chilena?
Esto parece un Halloween político, donde todos parecen tomar la última moda importada. La única diferencia está en que unos se han tragado los mitos progresistas y creen que el mundo va inexorablemente hacia un liberalismo, entendido en sentido "progre", y los otros piensan que el futuro está en los nuevos movimientos contrarios al establishment liberal.
Así las cosas, la UDI se encuentra en la falsa disyuntiva de elegir entre Felipe Kast y Bolsonaro. O quizá simplemente mantener unido al partido por la cercanía al poder, que es el modelo que eligió en su momento la DC. Afortunadamente para ella, esas alternativas pueden ser evitadas, porque dudo que al adherente medio de la UDI le resulten muy halagüeñas.